Qué diantres? Latinobarómetro? Suena a cualquier cosa menos a una encuesta - “Oportunidades de cooperación regional: integración y energía” - realizada por la fundación chilena que lleva el mismo nombre acerca de la "simpatía" o "antipatía" que despierta cada nación latinoamericana dentro de sus pares.
El tema es que el informe plantea que los países ven como "menos amigos" a los países fronterizos y como "amigos" a los distantes, salvo Brasil que siempre se muestra dentro de los más cotizados en cuanto afinidades. Nada extraño el resultado al apreciar la realidad que vive EEUU y México por el "muro" aquel, o Argentina y Uruguay, o Perú y Ecuador y Chile con sus vecinos sin distinción de acento.
Ahora bien, el tema más llamativo de la encuesta es la posición de Chile en dicho sondeo. Junto con EEUU y Cuba, resultamos el tercer país "menos amigo" según los datos extraídos. Sí conciudadanos. Nos ven soberbios, arrogantes y ególatras. Nada de extrañar cuando el 67 % de los encuestados en nuestro país cree que nuestro país cuenta con una imagen pródiga, sólida y económicamente muy bien encaminada en el extranjero. Dato no menor es que el 62% de los encuestados dice que la integración es el camino óptimo para superar las dificultades del continente, mientras que Chile aspira a un "camino propio". Nada más acertado entonces lo que los analistas internacionales hace rato vienen comentando: "Nos estamos aislando del vecindario".
Pero, ¿por qué? Para ningún sociólogo o historiador es raro señalar que Chile posee un fuerte racismo encubierto. Desde muy temprano ha habido en nuestro país una valorización exagerada de la "blancura" y una visión negativa de indios y negros. El hecho de que los indígenas sean una minoría y los negros casi inexistentes, hace que la mayoría mestiza niegue el racismo como un problema interno y se lo traspase a otros. Pero basta escuchar una conversación medianamente bien para darse cuenta cómo nos referimos a peruanos y bolivianos. La discriminación y la xenofobia son parte de nuestra identidad y la hacemos notar ante la menor posibilidad que se nos presente. Pero nada garantiza que aquello que consideramos "propio" sea necesariamente bueno y debamos mantenerlo a toda costa, sólo por el hecho de ser "propio". La identidad no solo mira al pasado como la reserva privilegiada donde están guardados sus elementos principales, sino que también mira hacia el futuro; y en la construcción de ese futuro no todas las tradiciones históricas valen lo mismo. No todo lo que ha constituido un rasgo de nuestra identidad nacional en el pasado es necesariamente bueno y aceptable para el futuro. Por ejemplo, uno podría preguntarse si nuestro mal disimulado sentido de superioridad frente a Peruanos y Bolivianos, fruto de una victoria militar en el pasado, es un rasgo que quisiéramos acentuar en el futuro o si, más bien, deberíamos bajarle el perfil en aras de construir vínculos más estrechos, comerciales y culturales con repúblicas hermanas.