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lunes, 5 de noviembre de 2007

Por qué había que matar!! (1ª parte)

Sublimes víctimas que bajaron

desde la pampa, llenas de fé

y su llegada lo que encontraron

la ruin metralla tan solo fue.


Pido venganza para el valiente

que la metralla pulverizó

pido venganza para el doliente

huérfano triste que allí quedó.


Pido venganza por el que vino

de los obreros el pecho abatir

pido venganza para el pampino

que como bueno supo morir.


Baldón eterno para la fiera

masacradora sin compasión

quedó manchada con sangre

como un estigma de maldición.

Francisco Pezoa, "Canto a la huelga"
El recuerdo y la memoria histórica, en manos del bajo pueblo, constituyen un arma política de largo alcance. Su uso libre por la sociedad civil y, sobre todo, por los pobres y marginales, puede constituir, pues, un peligro grave para el sistema y para el Estado. Por lo que éste tiende a "regular" esa libertad. A "intervenir" en la instalación pública de los recuerdos y en la configuración civil de la memoria social. A fijar un calendario institucionalizado de "conmemoraciones" y a reglamentar la transmisión educativa del "saber historiográfico". Procura que los recuerdos dolorosos del bajo pueblo permanezcan en el ámbito privado o como efemérides iracundas, que el mismo Estado convenientemente atiza (como los 11 de septiembre) para hundir el recuerdo en la ira, la ira en un puro gesto de violencia, y la violencia en la reacción policíaca que legitima el "orden" del sistema. Para evitar, en suma, que el recuerdo gire hacia la acción política totalizada.


Una forma de mantener el recuerdo popular en el pozo estéril del recuerdo ritual y la violencia simbólica es evitar que se convierta en una memoria pública a la vista de todos. En un trozo de conciencia que, en exhibición abierta, se muestre al respeto y a la consideración de todos. Los monumentos son trozos de memoria social en exhibición pública. Indicios materiales que convocan a la reflexión ciudadana. ¿Por qué un monumento a los héroes de Iquique y no uno a los mineros masacrados en la Escuela Santa María? ¿Por qué billetes con Andrés Bello y no con José Miguel Carrera? ¿Por qué Alesandri y no los muchachos muertos en el Seguro Obrero? ¿Por qué una rotonda Pérez Zujovic y no una Clotario Blest? ¿Por qué un Edificio Diego Portales y no uno Luis Emilio Recabarren?


Sin duda, la política monumentalista y toponímica es un ejercicio de la "fuerza" para gloria de la misma fuerza. Ha sido diseñada y aplicada para producir admiración, reverencia, pleitesía. No para invitar a la reflexión sobre nuestras realidades, problemas y miserias. No para exaltar la crudeza del "realismo" local sino para vanagloriar el éxito "rimbombante" de algún nacional. No educa al ciudadano instalando en su camino monumentos que le hablen de la realidad que duele, sino, sólo, de la realidad que brilla.


Sin acceso a la monumentalidad pública, el recuerdo social se ha revolcado en sí mismo, sin hallar otras salidas que los días de ira (el día del joven combatiente por ejemplo) y la cultura funeraria. La explosión pública de recuerdos "privados" y el culto "semipúblico" (bajo permiso formal de la Intendencia respectiva) a los hechos de derrota experimentados. Todo lo cual termina girando en torno a los muertos. Bajo flores funerarias. En ruta al cementerio a un emplazamiento simbólico en romería. Como una cultura de deudos y no de sujetos históricos.


Al revisar la historia, se torna evidente que la voluntad social de recordar está indisolublemente atada a la voluntad política de matar. Que es una voluntad de Estado. Que responde a una "razón o sin razón de Estado". A una lógica de fuerza que lleva rauda a la violación del sentido humano de las decisiones políticas. ¿Qué razón o sin razón de Estado genera la voluntad política de matar?


- ¿Por qué había que matar? - dice la Cantata Santa María.


La "fuerza" - como se dijo - no tiene memoria. Mejor dicho: sólo tiene memoria de su propio temor. Y sólo teme a lo que no puede matar: a la soberanía histórica de la sociedad civil; a la autonomización permanente de las víctimas; al ciclo de retorno periódico de los derrotados; a la articulación horizontal, independiente, de la opinión pública; a la tendencia del bajo pueblo a construir su propia realidad. En suma: teme a las raíces siempre vivas de la historicidad social. Que son y constituyen el fundamento perpetuo de los derechos humanos.

- "Por qué había que matar"

Sin duda, el punto en que la masa de pampinos pasó del recuerdo a la acción. De sus derechos humanos a su poder soberano. Y del poder como simple derecho a la participación en las decisiones públicas. Pues, cuando el "poder" se hace efectivo, participa del Estado. Se apodera del Estado. Y puede expulsar a los suplantadores. Y castigar a los violadores. Éste es el punto límite. El momento asesino.

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