Escribe Padilla:
¿Cómo abordar la percepción que me despierta La muerte de Isolda de Horacio Quiroga? ¿Cómo no dejarme identificar con Tristán? El desencuentro hecho sentencia a cadena perpetua que Inés manifiesta a través del "Es demasiado tarde", resuena una y otra vez en mi cabeza y, lo peor de todo, es que yo fui el responsable, amándola como la amaba, de mis constantes deseos de flirtear con otras mujeres buscando la diversión que me despertaban los treinta y tantos. Te cuento esto para que reflexiones si es que alguna vez estuviste enamorado de alguien y atropellaste ese amor, comprenderás toda la pureza que existe en mi recuerdo. Recuerdos que, después de diez años, vuelven a revivir esa pureza del amor virginal, del amor puro, de aquel amor que me hizo parar de aquella butaca para ir a verla tras coincidir en la obra de Wagner.
Se había casado con un tipo con "facha" de dependiente de almacén porteño, con quien asistía a la obra en un palco bajo, lo que me hizo sentir aún más el tenor de la pérdida. Esa mirada angelical, esa hermosura que habían sido mías y que yo no había sabido corresponderlas parecieron encender aquella sensación de desolación sangrante. Súmele a todo esto el hecho de haber roto su virginal juventud y mancillarla con otras cien mujeres que no se le comparaban.
No ha pasado ni una sola noche en que no recuerde ese maldito día en que fui a su casa con el afán de romper nuestra relación y en medio de mis palabras haber matado, sílaba tras sílaba, este amor que hoy se hace cada vez más vivo al volver a verla sentada en ese balcón y escuchar los alaridos sobrehumanos de Tristán que me anuncian que la vuelta a esa felicidad de antaño no es otra cosa que la reafirmación de una inerte dicha.
Al verme desde el balcón, vi que sus manos y su mirada estaban bajo mis manos y mis ojos...y no pude hacer nada más que pararme al verla salir de su palco y pasearme entre las butacas para encontrar una salida rápidamente. Vi la imagen de sacarme el abrigo en su casa y dejarlo sobre un sillón; similar al sillón en el cual estaba sentada en la salida del palco, sollozando su felicidad deshecha. Entonces la llamé: - Inés. Y como diez años atrás su llanto se redobló y dijo: - Es demasiado tarde!
¿Cómo abordar la percepción que me despierta La muerte de Isolda de Horacio Quiroga? ¿Cómo no dejarme identificar con Tristán? El desencuentro hecho sentencia a cadena perpetua que Inés manifiesta a través del "Es demasiado tarde", resuena una y otra vez en mi cabeza y, lo peor de todo, es que yo fui el responsable, amándola como la amaba, de mis constantes deseos de flirtear con otras mujeres buscando la diversión que me despertaban los treinta y tantos. Te cuento esto para que reflexiones si es que alguna vez estuviste enamorado de alguien y atropellaste ese amor, comprenderás toda la pureza que existe en mi recuerdo. Recuerdos que, después de diez años, vuelven a revivir esa pureza del amor virginal, del amor puro, de aquel amor que me hizo parar de aquella butaca para ir a verla tras coincidir en la obra de Wagner.
Se había casado con un tipo con "facha" de dependiente de almacén porteño, con quien asistía a la obra en un palco bajo, lo que me hizo sentir aún más el tenor de la pérdida. Esa mirada angelical, esa hermosura que habían sido mías y que yo no había sabido corresponderlas parecieron encender aquella sensación de desolación sangrante. Súmele a todo esto el hecho de haber roto su virginal juventud y mancillarla con otras cien mujeres que no se le comparaban.
No ha pasado ni una sola noche en que no recuerde ese maldito día en que fui a su casa con el afán de romper nuestra relación y en medio de mis palabras haber matado, sílaba tras sílaba, este amor que hoy se hace cada vez más vivo al volver a verla sentada en ese balcón y escuchar los alaridos sobrehumanos de Tristán que me anuncian que la vuelta a esa felicidad de antaño no es otra cosa que la reafirmación de una inerte dicha.
Al verme desde el balcón, vi que sus manos y su mirada estaban bajo mis manos y mis ojos...y no pude hacer nada más que pararme al verla salir de su palco y pasearme entre las butacas para encontrar una salida rápidamente. Vi la imagen de sacarme el abrigo en su casa y dejarlo sobre un sillón; similar al sillón en el cual estaba sentada en la salida del palco, sollozando su felicidad deshecha. Entonces la llamé: - Inés. Y como diez años atrás su llanto se redobló y dijo: - Es demasiado tarde!
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