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miércoles, 11 de marzo de 2009

Mi última experiencia preuniversitaria

Hace exactamente un año y meses, con una gran depresión a cuestas, me animé a volver al preu a darle a mis ex-alumnos (del primer semestre de ese 2007) algunas clases magistrales sobre temas tan variados como el S. XX chileno, la Edad Moderna y otros temas variados. No sabía que iba a hacer mi última experiencia en el preuniversitario que me albergó - o mejor me dió sustento por diez años - y que me entregó todo tipo de sensaciones que uno se pueda imaginar, y que a la postre me dió varias lecciones de vida. No niego que los últimos años fueron de una inercia tal que las clases las hacía por inercia y no me enriquecían para nada las ondas sinápticas.

Para mi gran sorpresa dichas clases fueron una terapia de primer orden, pues después de tanto tiempo sin verlos, el recibimiento fue apoteósico: aplausos y muestras de júbilo porque su profesor volvía después de cuatro meses en los cuales habían deambulado por mis cursos varios profesores que me habían reemplazado. Con esa demostración de cariño no me quedaba más que brindar lo mejor de mi y mandar al carajo mi depresión y las pastillas que estaba consumiendo, las mismas que me hacían andar atontado como jubilado con aguinaldo diciochero.

Las clases fueron un éxito y, obviamente, mi ego se nutrió como hacía meses no lo hacía, sin embargo tenía cierto pálpito, cierta corazonada de que un ciclo se estaba cerrando después de hasta, incluso, haberme subido al techo de mi sede en Quillota a tapar goteras (creo que con eso lo digo todo). Tal vez, lo que me hizo sentir que todos los años que hice clases en Cepech fueron esas caras interesadas en aprender - a lo mejor a presión - o en clarificar ciertos temas que no les habían quedado claros en algunos temas puntuales. Debo admitir, al respecto, que la última clase fue muy especial, ésta terminó y un aplauso conmovedor me hizo sentir que todos los logros y los sinsabores habían marcado a generaciones que me vieron como modelo a seguir con toda la humildad del mundo.

Alumnos que pedían matricularse en mis cursos, o que se cambiaron a medida que pasaba el año decía algo. Alumnos que me succionaron mucha energía - y cansancio por ende - pero que, a fin de cuentas, me expresaban su gratitud (obvio sólo algunos) por haber aprendido historia e, incluso, decidieron estudiar esa disciplina.

Hoy, después de ese año y monedas, decidí volver a buscar ese trabajo, para demostrame que sigo siendo el mejor profesor de historia del preuniversitario y, obviamente por necesidad. Sin embargo, no todo va a ser igual. Partieron mis amigos, mis compañeros coordinadores: Ferrada, Vera, la Andrea, la Mona y la Mae. Me da rabia que existan profesores que para demostrar que son buenos manipulen asistencia a clases, que den las preguntas para los simulacros, pero en fin en todas partes se "cuecen habas" haciendo pernicioso el verdadero objetivo del preuniversitario, y la institución en cuestión no es la excepción.

Pero a fin de cuentas me quedo con esos aplausos y con la gratitud de los cientos de alumnos que tuve entre1998 y 2007. Con la confianza que depositaron en profesor que era "pesado" cuando la situación lo ameriba, pero que tenía una sola misión: que aprendieran historia.

Va por todos los que me ayudaron a ser un profesor de categoría, aunque mi salud me haya traicionado en algunas oportunidades, obviamente sin intención aunque se me acuse de inconsistente, aunque alguna razón deben tener.

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