Albert Camus, en un ejercicio simplificador, decidió calificar los últimos cuatro siglos por lo que creía su nota dominante. La decisión de meter un siglo en una palabra es muy discutible, y el resultado, demasiado esquemático, pero lo hizo. Al siglo XVII lo llamó el de las matemáticas; al XVIII, el de las ciencias físicas; al XIX, el de la biología, y al XX lo bautizó como el siglo del miedo. Sabía que le dirían que el miedo no es una ciencia, pero creía que la ciencia era en algo responsable de ese miedo, puesto que sus más recientes progresos técnicos la habían llevado a negarse a sí misma, y que sus perfeccionamientos prácticos amenazaban con destruir por completo la Tierra. Tenía recientes los recuerdos de los mortíferos efectos de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Albert Camus publicó este artículo en el periódico Combat en noviembre de 1948, pero en esos 48 primeros años del siglo XX no se había ahorrado ninguna tragedia con las dos guerras mundiales más devastadoras de la historia.
Claro que la segunda mitad del siglo XX tuvo otras características que también pueden definirlo. Me fijaré en la que considero más revolucionaria: aludo a las novísimas tecnologías de la comunicación que han traído la instantaneidad, han pulverizado las distancias en el espacio y han suprimido los límites del tiempo. Y al hablar de nuevas tecnologías, la alusión a internet con todas sus derivaciones es obligada, ya que internet le da a lo que llamamos globalización su pleno sentido.
Llevamos solo siete años de este siglo, muy pocos, pero ha dejado suficientes señales como para que lo podamos bautizar como el siglo de las incertidumbres. La aparición de los fanatismos, con sus derivaciones terroristas, es un hecho trágico y múltiple, de ahí el terror global. El más espectacular de los fanatismos está siendo el provocado por el yihadismo, en sus diversas ramificaciones, que ha ido dejando las trágicas huellas de su barbarie en Nueva York, Madrid y Londres, así como en otras geografías, especialmente en las del mundo árabe y en otras latitudes donde la religión musulmana es mayoritaria. La respuesta de George Bush y sus pajes –José María Aznar ha figurado entre los más devotos–, lanzando una guerra sobre Irak que envenenó Oriente Próximo y el mundo, fue, según el novelista y pensador Paul Auster, el peor y más estúpido error cometido por una Administración estadounidense. Bush nos ha puesto en el camino de retorno a un siglo de tinieblas. Vivimos en un magma de temores, ignoramos el tipo de desastres a que nos puede llevar esta confrontación de fanatismos religiosos, identitarios y étnicos, a los que hay que sumar los desequilibrios económicos. Las incertidumbres saltan en todas direcciones. Por eso podemos calificar este siglo como el de las incertidumbres.
Otra de las incertidumbres que marcan el debate mundial es la del cambio climático. Asimismo, también los ajustes dramáticos que está haciendo la anatomía de la Tierra en forma de terremotos, tormentas devastadoras, tsunamis asesinos, sequías agobiantes con las consecuencias de millares de cadáveres que se amontonan en trágico desorden. Hace unos días estuve en Filipinas y al hablar con un periodista de allí que conoce muy bien las zonas que han sufrido devastaciones, me dijo que se había instalado en sus poblaciones la desesperación ante cualquier fenómeno de la naturaleza con su caravana de muertos. Parece como si en el interior de la Tierra un dios bárbaro se agitara movido por insomnios cargados de pesadillas.Algunas de las derivaciones de las mutaciones climáticas son evidentes. La ONU ha hecho referencia a las consecuencias que se derivan de ellas: las penurias agrícolas serán alarmantes dentro de 10 años, cuando los habitantes de los países del llamado Sur consuman el 25% más de aves, el 30% más de carne de bovino y el 50% más de carne de cerdo que ahora, lo que exige producir el doble de grano (trigo, sobre todo) que hoy. Mientras, uno de los mayores graneros del mundo, Australia, ha bajado su producción debido a las sequías y a la desertificación.
Es posible que estos descensos de producción los compensen Canadá y Siberia, cuyas tierras empiezan a ser más templadas, pero eso exigirá mucho tiempo, y para lograrlo será necesario poner en marcha costosas infraestructuras que exigen grandes desplazamientos de mano de obra y amplios movimientos de población. La falta de agua potable es cada día más evidente en grandes zonas de Asia y de África, así como la carencia de agua para regadíos, lo que impide unos ritmos adecuados de crecimientos en la producción agrícola, tan necesaria para neutralizar el hambre. Los desarrollos urbanístico son cada día más penosos por la escasez de agua. A las penurias del agua hay que sumar las imperiosas necesidades de materias primas y de energía a la vista del creciente consumo en países como China e India.
Las desigualdades en un mundo donde 2.000 millones de personas vivirán aplastadas por la miseria y 1.000 millones nadarán en la abundancia pueden dar origen a unos tipos de guerra imprevistos. Internet puede ser una de las armas de la rebelión. Como ven, estamos rodeados de tecnología y de incertidumbres.
Hagamos un viaje. Cada viaje tiene estaciones. Cada estación tiene su mobiliario. Cada mobiliario ha estado en contacto con la gente. Viajemos en la gente, con la gente y por la gente. Va a ser un viaje no exento de maldad, crueldad y desilusiones, pero también de emociones gratas. Subámonos a este, mi tren.
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