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jueves, 2 de abril de 2009

Un día en Arkham (Guía para vivir en un psiquiátrico)

No importa mucho como se llega a este lugar - de hecho se puede llegar de múltiples formas - si no que toda la parafernalia que rodea este "acto de unción" al cual uno se ve sometido. Para que detenerse en las garantías monetarias (porque al fin, deben mantenerse como buen y rentable negocio). Después viene el consentimiento del paciente - que aunque sea rechazado, en último término, y por la dulce voz de la enfermera jefa, el paciente termina firmándolo igual por cansancio.

Seguimos; segundo paso, quitarte todo lo que pudiese atentar contra tu vida, y cuando digo todo es todo. Cordones, cinturones, botellas de perfume, prestobarbas, incluso los cordones de los polerones y pantalones cortos. Para que mencionar tijeras y cortauñas para mantener la higiene del pie (zin zapatos lo único que quedan son las chalas).

Tercer paso: Te presentan a tu "cuidadora", la que no te dejará ni a luz ni a sombra noche y día; lo único bueno es que te llevan el desayuno a tu pieza y te sirven las tres comidas diarias más el desayuno, obvio. Pero poco les falta para sentarse a cagar contigo.

Cuarto, la salida al patio y el encuentro con los internos. Uno los va conociendo de a poco y los "tasas" de acuerdo a los motivos por lo cual están allí. Nada del otro mundo, salvo muchecas cortadas y en proceso de cicatrización más algunos tratamientos de electro shock (si todavía existen), pero buenas personas que viven cargando la oscuridad de sus vidas. Dice un psiquiatra que cuando uno tiene depresión la cruz se lleva internamente, pero que cuando se está al otro lado, la cruz la llevan los que rodean al paciente. En fin, algunos pacientes hacen actividades de terapia: manualidades y escritura, otros hacen "bicicleta", pero después de las 11 AM lo único que se hace fumar y conversar de los dramas de cada uno. Ahi uno va conociendo gente, al punto que se establecen lazos de amistad que tienen un fin certero: cuando se sale al mundo real todo eso queda atrás.

Punto aparte lo constituyen las visitas, que, a fin de cuentas, son tu contacto con la realidad externa, además de abastecerte de "cocaví" y cigarros. Estas familias forman verdaderos clanes en torno al interno tratando de dar apoyo aunque no siempre entiendan porque uno esté allí. Pero están y se agradece, al igual que los amigos. Como se dice "en las duras y en las maduras" están los verdaderos amigos y no esa tropa de gente que se dice ser tu amigo(a) y le importa un soberano bledo que pasa contigo.

Y, por último, están los médicos tratantes. Ellos te van a ver cuan "visita de médico" literalmente y es tan improductivo su trabajo que uno puede manejar a tal punto la situación que en menos de una semana un suicida fallido anda paseándose tranquilamente por el mundo. Fácil, es porque tienen convenio con algunas empresas o bien son GES o AUGE, o sea, no pagan como un particular. ¿Cómo te has sentido", ¿Has tenido alucinaciones? ¿Te volverías a cortar las venas o a tomarte una caja de pastillas? ¿Qué te motiva a vivir?, etc. respuestas convincentes y estás afuera como si nada. Lindo cuadro para una persona que padece algún tipo de trastorno mental.

Asi es que ya saben, si van a este tipo de lugares tengan en consideración estos puntos y, además, no escuchen el cd de Depeche Mode "Ultra".

domingo, 28 de diciembre de 2008

De polo a polo

"No, no es cansancio... Es una cantidad de desilusión que se me entraña en el pensamiento, es un domingo al revés del sentimiento, un feriado pasado en el abismo..." .

"Los que llegan no me encuentran. / Los que espero no existen".

"Puede llevarnos a extremos desangelados". En la toma de esta actitud de aislamiento no estamos gobernados por sentimientos de orgullo o superioridad, sino arrastrados por una sensación de desarraigo y desconexión.

La sensación de no pertenecer se ha convertido, en un "callejón sin salida", donde por momentos se siente: "Inmóvil en la sombra, mudo como una planta, / sembrado, quieto, en un temor de nada, / con derrumbes de carne para adentro / pero sin haber muerto".

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Un día normal!

La mujer cojeando sale a trabajar tomando el metro y la micro para dirigirse a Vitacura en donde trabaja. Allí sale al supermercado, va a la feria y hace las labores de la casa. De vuelta al block C– 3, cocina para el día siguiente, ayuda a hacer las tareas a sus niños y realiza el aseo doméstico. A las nueve vuelve el marido, la mujer encierra a los niños y éste, borracho, pide una marraqueta con una tasa de te. Al día siguiente la mujer sale de su casa al trabajo cojeando y con un ojo morado.

martes, 28 de octubre de 2008

Si, con ella!!

Mi muy estimada,
Como ud. conoce mi atribulada condición, me encuentro encerrada en este asilo lleno de marmotas, hipopótamos y animales varios, que lo único que hacen es asustarme y llenarme de sonrisas ensimismadas; pero esta condición no hace más que extrañar estar allí afuera libre de estas medicaciones, para compartir un exquisito salmón como aquellos que comen estos esquizoides que no pueden compartir con usted su noble presencia.
Como usted ya sabe, los internos estamos recluidos en enormes salas con camarotes. En las noches escucho gemidos, llantos, ronquidos que no me permiten dormir y suelo consolarme en aquellos recuerdos de "pedacitos blancos", de "picaduras", de "geométricos sollozos", de "cerezas blancas como la leche materna" y tantos otros recuerdos como cuando compartíamos aquellas "rancheras" en estados calamitables. Esos gemidos, de mis compañeros, me asustan y me hacen pensar que ud. ya ha formado otra familia que yo desconozco, porque no me viene a visitar por más de no se cuantos meses o días, no tengo noción del tiempo , por lo mismo yo también gimo de impotencia, de pena, de melancolía al saber que ud. me recluyó en este manicomio del cual quiero salir lo antes posible.
Su última carta, al igual que otras, dicen que me quiere mucho pero que este estado en el cual me encuentro no le asegura nada. Este desconsuelo me lleva a pensar que le he arruinado su jovial juventud, su dulce ambrosía que es nueve veces, nueve meses más dulce que la miel. Incluso me ha dado por ponerme sus vestidos en aquellas noches en que ningún enfermero o interno me ve. Como ud. misma aprecia, no creo que salga de este manicomio por un tiempo ya que me trastorna la idea de que todo esto sea un desvarío más de esta demencia.
Se aproxima mi cumpleaños, el 2 de octubre, y lo más probable es que pase desapercibido porque he querido estar sola, pero quiero llamar a alguien que me converse algo, y lo único que escucho es "Sí, con ella", el telégrafo no dió nunca más una señal. Genial, me ha venido a ver y hemos podido platicar toda la tarde noche. No se ha olvidado de mi, me ha traido un termo con café y una radio en la cual hemos podido escuchar aquellas canciones que tanto echaba de menos escuchar y lo hemos disfrutado al máximo. Me explayé contándole como había sido mi vida, descargando mis ires y venires para así quedar más aliviada y poder compartir esta vida que sólo busca un norte claro...pero que ya va bien encaminado gracias al apoyo de todos ustedes. Por un día se ha ido la demencia.
Siempre suya, y con un cariño incomensurable,
Arkham

viernes, 27 de junio de 2008

Distorsionados!!

Una visión desesperanzadora: una mujer sale de una oficina con faz de haber llorado un año, demacrada, fea a ultranza, amarilla. Su marido recibe una llamada por su celular, se va a ausentar en la tarde de su oficina porque tiene que ir a un funeral. Hace los trámites para una próxima cita de su mujer con el psiquiatra. Deja una garantía porque no posee el bono. Se van.

A mi lado, una señorita que comparte un café conmigo, aunque no hay interacción, nos une sólo la amabilidad de Francisca. Dice que lucha con los kilos demás, es hiperventilada, se huele, se siente por su actitud. Y a su lado yo. ¿Qué pensarán ellos de mi? Si yo hago el ejercicio de observar mi entorno, porque mi entorno no me va a observar a mi. Me da lo mismo, como seguramente a ellos les da lo mismo también. Total todos tenemos un denominador común. Estamos ahi por una misma causa: somos "distorsionados". No es que vivamos por el rock & roll, el alcohol, el sexo y las drogas, aunque no estaría mal; expiamos nuestros fantasmas y nuestros devenires con un tipo que está en frente nuestro para escucharnos y medicarnos hasta la saciedad.

¿Qué tenemos en común? Carencia de sentido común. Potencial fuerza de voluntad y destreza. Búsqueda de experiencia. Audacia, extravagancia. Negligencia, poca reflexión. Desorientación, inmadurez, desequilibrio. Ligereza. Indiscreción y superficialidad. Pasiones y obsesiones, indecisión, irracionalidad, apatía, complicaciones. Decisiones equivocadas, caída, abandono, inmovilización. Locura. Desborde psíquico y/o emocional. Viaje obstaculizado.

Viaje obstaculizado. Una larga línea férrea que recorre una geografía sinuosa en que cada estación es sino de inconvenientes o logros que determinan los calificativos mencionados en el párrafo anterior. Un muro que se presenta en frente de la locomotora y que le impide ver del otro lado el mar y que genera esos sentimientos poco reflexivos y de abandono, de viajar a la suerte de lo que el camino depare. Sin embargo, me jacto de todo lo anterior, lo asumo y, aunque a veces no me agrade, siento que tenemos la virtud de poder ver en los otros esos eventos de los cuales ellos, obviamente, reniegan o no saben que los tienen. Por eso nos volvemos descarnadamente honestos, vilmente directos, odiosamente insoportables y enrevesados.

Una visión desesperanzadora, pero intrínsicamente agradable.

miércoles, 18 de junio de 2008

"La muerte de Isolda"

Escribe Padilla:

¿Cómo abordar la percepción que me despierta La muerte de Isolda de Horacio Quiroga? ¿Cómo no dejarme identificar con Tristán? El desencuentro hecho sentencia a cadena perpetua que Inés manifiesta a través del "Es demasiado tarde", resuena una y otra vez en mi cabeza y, lo peor de todo, es que yo fui el responsable, amándola como la amaba, de mis constantes deseos de flirtear con otras mujeres buscando la diversión que me despertaban los treinta y tantos. Te cuento esto para que reflexiones si es que alguna vez estuviste enamorado de alguien y atropellaste ese amor, comprenderás toda la pureza que existe en mi recuerdo. Recuerdos que, después de diez años, vuelven a revivir esa pureza del amor virginal, del amor puro, de aquel amor que me hizo parar de aquella butaca para ir a verla tras coincidir en la obra de Wagner.

Se había casado con un tipo con "facha" de dependiente de almacén porteño, con quien asistía a la obra en un palco bajo, lo que me hizo sentir aún más el tenor de la pérdida. Esa mirada angelical, esa hermosura que habían sido mías y que yo no había sabido corresponderlas parecieron encender aquella sensación de desolación sangrante. Súmele a todo esto el hecho de haber roto su virginal juventud y mancillarla con otras cien mujeres que no se le comparaban.

No ha pasado ni una sola noche en que no recuerde ese maldito día en que fui a su casa con el afán de romper nuestra relación y en medio de mis palabras haber matado, sílaba tras sílaba, este amor que hoy se hace cada vez más vivo al volver a verla sentada en ese balcón y escuchar los alaridos sobrehumanos de Tristán que me anuncian que la vuelta a esa felicidad de antaño no es otra cosa que la reafirmación de una inerte dicha.

Al verme desde el balcón, vi que sus manos y su mirada estaban bajo mis manos y mis ojos...y no pude hacer nada más que pararme al verla salir de su palco y pasearme entre las butacas para encontrar una salida rápidamente. Vi la imagen de sacarme el abrigo en su casa y dejarlo sobre un sillón; similar al sillón en el cual estaba sentada en la salida del palco, sollozando su felicidad deshecha. Entonces la llamé: - Inés. Y como diez años atrás su llanto se redobló y dijo: - Es demasiado tarde!

sábado, 14 de junio de 2008

La tela del infierno

Hoy me han dejado tomar un poco de aire puro extramuros de este complejo psiquiátrico. El motivo: tan trascendental como la vida misma, ya no son tan sólo 10, sino que once. Aún así mi estabilidad mental se ha quebrado - en realidad ya venía medio quebrada por motivos ajenos a estas circunstancias - producto de esa impotencia que te da saber que todo lo que haz hecho ha sido poco y que lo que te falta por dar es infinitamente mucho. No sabes el profundo malestar que te puede provocar un detalle tan sencillo como no poder hacerle llegar a ese pedazo de mis entrañas un poco de crema con lúcuma. Los buenos momentos matizan con la insana realidad y con el enrevesado pasar de los días. Aquellos días en que solíamos estar riéndonos bajo un cielo nublado y llorón han dado paso a este devenir en el cual me falta entereza para sobreponerme a mi propia lluvia y devolverle las risas que me dio.

Fatales circunstancias que no son más que ajustes de cuentas por un pasado mal habido; cuando dicen que el infierno está en la tierra, les puedo afirmar que es totalmente cierto. Te quemas de las más inesperadas formas: cuando tus visceras te dicen "visita", cuando no eres correspondido - de la forma que sea -, cuando das lo mismo, cuando los instrumentos de comunicación no corren, cuando tu sangre deambula sin saber que tu eres su sangre. Maldita existencia que te lleva a recorrer caminos espúreos y tortuosos sólo por la irresponsable postura frente a la vida y por la falta de humildad de este pasante del asilo de Arkham.

De este modo, pasado y presente parecieran confundirse en un cuadro surrealista que se entremezcla en un pedazo de tela donde se plasman todos las faltas o las conductas amorales cometidas por un sujeto que, cuán Dorian Gray, quiere mantenerse incólume frente al paso del tiempo porque quiere cobrarse - o está obligado a hacerlo - a sí mismo cada una de las afrentas cometidas. Obvio, causa dolor. Un dolor desgarrador que se traduce en pastillas, en estados anímicos oscilantes, en ataques de ira, en constantes sentimientos de pérdida. Lo peor de todo, ese pasado y ese presente están tan líados que por un buen rato más estarán presentes. De allí que el infierno, que tiene su máxima expresión en ese cuadro, vino para quedarse por un buen tiempo.

jueves, 8 de mayo de 2008

"Penas cristalizadas"

Te levantas en la mañana y sientes una carga que te impide moverte, carga que ha estado ahí por mucho tiempo cuan quiste enraízado en el alma. Vas y vuelves del infierno tratando de autocomplacerte, de hacerte alegre por más de un rato, pero es imposible porque el cáncer - metástasis - yace de múltiples formas, te vincula, te encariña, te obsesiona, te enrabia por el solo hecho de vivir - sobrevivir - en un cuerpo que quiere dejar de serlo, que quiere ir por la vida sin sosobras de ningún tipo, salvo las típicas de cualquier ser humano. Son las penas cristalizadas las que te están pasando la cuenta por el solo hecho de haber sido soberbio, agrandado, haberte sentido el "dueño del mundo", irresponsable, caprichoso...pero nadie te entendía. Eran sólo máscaras para defenderte del mundo, y ahora te dan recetas de cualquier tipo, creen entenderte, cuando lo único que siempre pedías era afecto, cariño, compañía a los mismos que hoy están a tu lado sin saber cuán desgarrada está tu alma; y si te recriminan por lo hermético que eres, tienes que sacar todo afuera, hablar como "papagayo" y ver como no respetan tus deseos por salir de esa "carcacha" decadente que te encierra. Seguro que no quieres estar en ningún lado y, seguro, también, que quieres dormir y asi no afrontar este peso que llevas dentro. Eso no te lo puedo permitir, debes tratar de hacer algo, encontrarle significado a la vida. Pero doctor...pero nada, aprende a mirar hacia adelante, que ese cansancio de haber vivido setenta años cuando no los tienes, lo ocupes como experiencia. No te comprenden, pero alguna de las cosas que haces te han de salir bien, al igual que aquel que te ayude a salir de este infierno ,como tu lo llamas, regálale por último un paseo imaginario. Deja de beber, por todo el oro del mundo no ahogues tu dolor en esa sed de sentirte bien. Yo le respondo - No hay peor miedo que el que se siente cuando ya no se siente nada, no hay sueños, no hay sangre, no hay Dios, no hay fe, no hay nada....sólo fantasmas y mis yo.

Ok. Nos vemos la próxima semana. Acuérdate de la receta y de pedir la hora.

miércoles, 23 de abril de 2008

Carta desde el encierro 4.0

Por no querer donarte...!
Me está matando el dolor...!
Aunque mi corazón ríe!!!
Estoi llorando de amor!!!
Llora...llora corazón...!!!
Llora...si tienes por qué!!!
Que no es delito en el hombre!!!
Llorar por una mujer...!!!
Llorar por una mujer...!!!


Antonio Lara, Casa de orates, Stgo., 1930




Madre superiorá


en Francia las mujeres casadas Madres de familia nolo encierran alos maridos asi comolo encierran las mujeres chilenas despues que se casan conlos estranjeros para tener encerrados enla casa de orates paratomar demarido alos Doctores criminales asi como lo iso lamujermia.


Madre Superiorá.


en este paiz nose encuentra chilenos induztriales se encuentra nadamas que Militares madresde familia corrompidas burrachos ladrones asesinos y Doctores criminales.

Madre Superiora


usteden dirantalbes que yo estoimalalacabeza pero con el fabor de Dioz i la birjen santisima tengo mis cinco sentidos tanbuenos asi como los tienen los criminales que tienen encerrado enla casa de orate asiendome sufrir moralmente.




Arkham


domingo, 6 de abril de 2008

El discurso del loco (Tomado del "Orden del discurso" de Michel Foucault)

Supongo que en toda sociedad la producción del
discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un
cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los
poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su
pesada y temible materialidad.
En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos
de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo
prohibido. Se sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que no se
puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera,
en fin no puede hablar de cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la
circunstancia, derecho exclusivo o privilegiado del sujeto que habla: he
ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o
se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse.
Existe en nuestra sociedad otro principio de exclusión: no se trata ya
de una prohibición sino de una separación y un rechazo. Pienso en
la oposición razón y locura. Desde la más alejada Edad Media, el loco
es aquél cuyo discurso no puede circular como el de los otros: llega a
suceder que su palabra es considerada como nula y sin valor, no
conteniendo ni verdad ni importancia, no pudiendo testimoniar ante la
justicia, no pudiendo autentificar una partida o un contrato, no
pudiendo ni siquiera, en el sacrificio de la misa, permitir la transubstanciación
y hacer del pan un cuerpo; en cambio suele ocurrir también
que se le confiere, opuestamente a cualquier otra, extraños poderes,
como el de enunciar una verdad oculta, el de predecir el porvenir, el de
ver en su plena ingenuidad lo que la sabiduría de los otros no puede
percibir. Resulta curioso constatar que en Europa, durante siglos, la
palabra del loco o bien no era escuchada o bien si lo era, recibía la
acogida de una palabra de verdad. O bien caía en el olvido —rechazada
tan pronto como era proferida— o bien era descifrada como una razón
ingenua o astuta, una razón más razonable que la de las gentes razonables.
De todas formas, excluida o secretamente investida por la razón,
en un sentido estricto, no existía. A través de sus palabras era cómo se
reconocía la locura del loco; ellas eran el lugar en que se ejercía la
separación, pero nunca eran recogidas o escuchadas. Nunca, antes de
finales del siglo XVIII, se le había ocurrido a un médico la idea de
querer saber lo que decía (cómo se decía, por qué se decía) en estas
palabras que, sin embargo originaban la diferencia. Todo ese
inmenso discurso del loco regresaba al ruido; y no se le concedía la
palabra más que simbólicamente, en el teatro en que se le exponía,
desarmado y reconciliado, puesto que en él jugaba el papel de verdad
enmascarada. Se me puede objetar que todo esto actualmente ya está
acabado o está acabándose; que la palabra del loco ya no está del otro
lado de la línea de separación; que ya no es considerada como algo
nulo y sin valor; que más bien al contrario, nos pone en disposición
vigilante; que buscamos en ellas un sentido, o el esbozo o las ruinas de
una obra; y que hemos llegado a sorprender, esta palabra del loco,
incluso en lo que nosotros mismos articulamos, en ese minúsculo
desgarrón por donde se nos escapa lo que decimos. Pero tantas consideraciones
no prueban que la antigua separación ya no actúe; basta
con pensar en todo el armazón de saber, a través del cual desciframos
esta palabra; basta con pensar en toda la red de instituciones que
permite al que sea —médico, psicoanalista— escuchar esa palabra y
que permite al mismo tiempo al paciente manifestar, o retener desesperadamente,
sus pobres palabras; basta con pensar en todo esto para
sospechar que la línea de separación, lejos de borrarse, actúa de otra
forma, según líneas diferentes, a través de nuevas instituciones y con
efectos que no son los mismos. Y aun cuando el papel del médico no
fuese sino el escuchar una palabra al fin libre, la escucha se ejerce
siempre manteniendo la cesura. Escucha de un discurso que está
investido por el deseo, y que se supone —para su mayor exaltación o
para su mayor angustia— cargado de terribles poderes. Si bien es
necesario el silencio de la razón para curar los monstruos, basta que el
silencio esté alerta para que la separación permanezca.
Quizás es un tanto aventurado considerar la oposición entre lo verdadero
y lo falso como un tercer sistema de exclusión, junto a aquéllos
de los que acabo de hablar. ¿Cómo van a poder compararse razonablemente
la coacción de la verdad con separaciones como ésas, separaciones
que son arbitrarias desde el comienzo o que cuando metías se
organizan en torno a contingencias históricas; que no sólo son modificables
sino que están en perpetuo desplazamiento; que están sostenidas
por todo un sistema de instituciones que las imponen y las acompañan
en su vigencia y que finalmente no se ejercen sin coacción y sin
una cierta violencia?
Ciertamente, si uno se sitúa al nivel de una proposición, en el inte–
rior de un discurso, la separación entre lo verdadero y lo falso no es ni
arbitraria, ni modificable, ni institucional, ni violenta. Pero si uno se
sitúa en otra escala, si se plantea la cuestión de saber cuál ha sido y
cuál es constantemente, a través de nuestros discursos, esa voluntad de
verdad que ha atravesado tantos siglos de nuestra historia, o cuál es en
su forma general el tipo de separación que rige nuestra voluntad
de saber, es entonces, quizás, cuando se ve dibujarse algo así como un
sistema de exclusión (sistema histórico, modificable, institucionalmente
coactivo).

jueves, 14 de febrero de 2008

Trilogía lésbica: La cajita

"No hay nada más bello que lo que nunca he tenido"
"Lucía" - Joan Manuel Serrat


Soy una mujer joven, tengo 20 y me llamo Verónica. Soy morena, cabello corto y muy negro, ojos ámbar, labios carnosos, piernas bien marcadas, pechos medianos – como pomelos - y un trasero redondito. Me fascinan los hombres aunque mi fantasía es participar de una orgía.

Hace un par de años atrás fui de vacaciones a Viña con una amiga de la infancia. Llamémosla Laura. Ella es una amiga íntima, la conozco de suficiente tiempo. Ella es cuchepa y lleva el pelo mediano, color marrón, ojos grandes y marrones. Tiene un traserito muy lindo, unos pechos medianos-un poco más pequeños que los míos - y tiene una piel muy suave. Esa noche andábamos de carrete, tomamos cerveza, ron, vodka, lo que encontráramos a mano. Ya en casa estábamos muy aburridas y no sabíamos que hacer, por lo que empezamos a intrusear toda la casa y de pronto encontramos unos videos en un armario. Ya está, nos pusimos a ver unas películas. ¡Eran películas pornográficas!

Una de ellas mostraba a dos mujeres lamiéndose el clítoris lo que nos llevó a poner calientitas. Yo sentía que mi chocho se estaba humedeciendo y lo caliente que estaba mi amiga. Ahí fue cuando a ella se le ocurrió bajarme los pantalones y mi calzón de lunares. Yo no pude poner ninguna resistencia, estaba demasiado caliente, me pasó la lengua por mi traste y eso me excitó de sobremanera. Comencé a jadear fuertemente, aunque tenía miedo que nos escucharan, por lo que la paré antes de venirme. Le dije: - Laura, ¿qué estás haciendo? Estamos llegando muy lejos. A lo que me contestó con una sonrisa: - te voy a hacer gozar, y tú a mí, ¿o dime que no te gusta? Yo le dije - claro que me gusta, demasiado supongo, quiero más, pero ¡me da vergüenza! Ella me dijo que era normal y que ella seguiría si después yo se lo hacía a ella. Nunca antes nadie me había dado un beso en el sexo. Antes de que ocurriera esto ya nos habíamos besado y a veces tocado un poco ya que ni ella ni yo teníamos novios por esos tiempos y bueno como mujeres adolescentes, necesitamos liberarnos a veces de nuestros deseos…

Ya semi - desnudas fantaseamos que una de nosotras era el hombre, que éramos los hombres que nos gustaban y que teníamos nuestra primera vez con ellos. A ella le encantaba dominarme y me sacó lo que me quedaba de ropa para empezar a tocarme. Me miró, me besó la boca apasionadamente y me sacó y metió mi tampón con energía… después se sentó al borde de la cama y me dijo - chúpamela corazón, dame todo lo que quieras. Ay como gemía, me encantaba, era una hembra en celo.

Después de que ella me lo lamió, yo estaba empapada en mis propios fluidos agri-dulces, excitadísima, ante lo cual me dijo que la tocara... pues lo hice, y con todo el asco que me daba al principio, luego le tomé el gusto y la lamí con todas las ganas del mundo. Empezamos a hacer el sesenta y nueve y mientras lo hacíamos nos masturbábamos con los dedos y después buscamos cualquier artículo con forma cilíndrica para penetrarnos.

Como me estaba muriendo por acostarme con un hombre en ese momento, imaginaba que era él el que me estaba dando, pero al mismo tiempo pensé en mi amiga. Que ganas tenía de ser fornicada por los dos…era tan delicioso, me encantaba que me la chuparan y al mismo tiempo que me dieran... y a ella también. Nos masturbábamos con el mismo objeto. Me encantaba chuparlo. Me encantaba sentir mi deseo, mi excitación y mi sabor. Mmmm que delicioso era el sabor agridulce y metálico (recién se le había cortado el período) de mi amiga... que lo metiera y sacara rápido de mi zorra.


Después de esa noche y de las vacaciones espléndidas que tuvimos con nuestros amigos, ella se alejó de mi. La amistad se resintió a tal punto que sólo un par de llamadas al celular nos hicimos durante un buen tiempo. Hasta que la vi.
Corrí, corrí, corrí detrás de ella hasta que, sin aliento, pude alcanzarla... Siempre andas ocupada... le dije, mientras le ponía un paño empapado con cloroformo en su naricita respingona. Claro que se desmayó, claro que sería difícil transportarla, claro que sería terrible encerrarla en la cajita, aunque la cajita no estaba del todo mal: Era transparente, hecha a su medida, estaría cómoda, le daría todo, podría respirar y ella podría verme, ella nunca más estaría ocupada, ella siempre estaría a mi lado...En la cajita. Y con ella, desmayada a mis pies, pensé que sería mejor destruirla, que ni la perfecta cajita podría contener aquella belleza que siempre me sería ajena.

martes, 12 de febrero de 2008

Trilogía lésbica: Verde

Un adiós, un te quiero y un por qué... y nada...""Ojos verdes" - Alejandro Filio

- Que bonita eres - Le dijo mientras peinaba su cabello y le abría los ojos con sus dedos. Eran verdes, muy verdes y todavía brillaban un poco. Le dio un beso en la mejilla helada y la escondió. Sabía que cuando las demás se enteraran, iban a hacer esta estúpida reunión, todas sentadas en un círculo, para designar, por turnos, el momento en el cual cada una podría jugar con ella. Entonces no podría decirle cuánto la quería, cuánto admiraba su belleza extraña, cuánto le molestaba que no pudiese contestarle sus halagos. Pero no tardarían en descubrir al nuevo juguete... Hey, Lucía... ¿Qué?... Has visto a... No, hace días... Seguro se ha muerto... Seguro... Lucía sintió una punzada de angustia en su pecho. Sabía que ya la estaban buscando.


Este microcuento está hecho sobre la base de un fragmento de un cuento de Clarice Lispector ("La mujer más pequeña del mundo") en la cual un personaje recuerda que cuando era niña y vivía en un orfanato, una de sus compañeras murió y todas las niñas comenzaron a jugar con el cuerpo como si fuera una muñeca. Macabro...

jueves, 7 de febrero de 2008

Trilogía lésbica: La fotografía

Más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarnos de un tajo las venas. Más de cien mentiras" - Sabina

Cuántas veces había visto su fotografía colgada de aquella pared manchada de orgasmos, de dedos sucios y, ahora, de sangre. Su foto en blanco y negro, completamente vestida, pero con ganas de quitarle la ropa. Quitándosela. Primero ese abrigo, después esa polera que parece pijama, sostén, no, el sostén no. Mejor en sostén y pollera para subirla al mueble de enfrente y meterle, por debajo de la enagua, un dedo que penetre hasta su corazón frío, congelado. Frío como el que se cuela por debajo de la puerta. Frío como el que comienzas a sentir mientras el hilo rojo mancha cada vez más ese colchón en el suelo en donde tantas veces las has tenido encima a ella, a ella, a ella. Ella a quien amas con una mano en la entrepierna y la otra colgando con el hilito rojo que mancha su foto que has arrancado de la pared para marcarla, para marcar tu territorio... Basta ya de mentiras... Gritas mientras sientes que ese último orgasmo junto con el hilo rojo se lleva el último aliento con el que terminas observando su imagen, tu mentira que ya no tiene sentido.

jueves, 17 de enero de 2008

La cuerda cortada (Bertolt Brecht)


La cuerda cortada puede volver a anudarse,

vuelve a aguantar, pero

está cortada.


Quizá volvamos a tropezar, pero allí

donde me abandonaste no

volverás a encontrarme.

Bertolt Brecht

Lo que ves es lo que hay

¿Sabes cuál es la diferencia entre un hombre bueno y un hombre malo?

Un corazón roto!!

No juzgues sólo por lo que ves.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Visceras de piedra (carta desde el encierro Nº2)

Otra vez vuelvo a escribir una misiva desde la reclusión hospitalaria. Esta vez quiero dirigirme a una que otra fémina que en el pasado fue parte directa o indirecta de esta bipolaridad que ya me está matando...de sed, entre tantas otras vicisitudes indignas de mencionar como aquella que me llevó a esperar en un café la llegada de la lucidez que inspire mi nueva vida rehabilitada y libre de fantasmas y espectros que por la noche me atormentan hasta mis muertes.



País del Miedo, 26 de noviembre


Mi (s) muy estimada (s):
Dejo caer escamas para tu alma, para que mis ojos no humedezcan los dolores que no alcanzamos a detener.
Porque las tardanzas son sólo eso, tardanzas.
Por tu presencia en mi espera, porque cada mañana a mi espacio perteneces con la furia de quien vela una vida.
Porque el dolor de esa epifanía es manjar de vida que pasa lento...porque jamás serán de alguien más estos días, esta vida.
Porque nos robamos sutilmente acá en mis sueños y allá en tu desvelo. Porque cuando tu tiempo se desgrana pasajero, aún desposeído de nosotros, yo te poseo y te llevo, y te pienso, y te siento...y tu derretirás tus vísceras de piedra algún día y llorarás más que el cielo en temporal de ciclones. Y yo entenderé al fin porque no seré jamás el mismo, después de esos besos tibios y pesados, eternos momentos que aún respiro.
Y tengo claro, y muy presente, la odisea de esta esperanza que habita en lo profundo de mi mente, viaje mesiánico hacia la plenitud. Pero si se aleja cada vez más mejoraré el aire: sustrato de mi camino, juntando letras no para recordarte si no para recordarme lo que fui en ti, para rememorar que existe alguien que me hace envidiar un libro, una historia, una contraseña, un secreto...un corazón pétreo que se lleva más misterios de los que yo se...pero me derramo en la idea de poseer tu atención por una eternidad.
Y fabricaré templanza en algún rincón extraviado, será mi forma de agradecerle a la vida el haberte encontrado, coincidir contigo y el tatuarme tu volcán materno y poner tus ojos dentro de mi, lo haré, es el deber de ser ya otro y lo haré más aún porque se que esta vez por la huída, la vida no me dará las gracias.
Con un leve tropiezo entraré a engrosar las filas de mis derrotas de tantas mujeres que he sido y porque se que las gotas brujas que recorren mis venas aún son muchas, más inutilizadas desde que pasa el tiempo, sólo se quedan quietas implorando milagros a la magia de este amor...que está en tus manos.
¿Y qué mierda es el tiempo? ¿Cómo he de detener el inexorable pesar de tu partida? Aunque la eternidad constituya un antídoto contra la irreversibilidad del tiempo, no es suficiente. Más difícil que la irreversibilidad sería su condición unidireccional.
Muchas cosas infinitas dejan de ser, se sacrifican para que unas pocas sean, algunas veces por la casualidad, otras veces predeterminadas por su valor intrínseco. En cualquier caso muchas de las que nosotros quisiéramos ser no son.
Lo grave no que las cosas terminen, lo grave es que nunca haya sucedido; si lo que cuenta es lo que hemos sido, lo que hemos hecho, lo que en última instancia marcaría la diferencia entre dos personas serían los códigos diseñados por la piel de lo íntimo. De cara a lo que efectivamente hicimos de espalda la que pudo ser y no fue, no sólo valoramos nuestros recuerdos cuando además es posible añorar los ajenos.
...Por eso radicalmente digo: - Qué carajo importa la irreversibilidad del tiempo!!!!, su unidireccionalidad inclusive, si aquí - en Arkham - el tiempo no existe. Únicamente existe el instante, el que puede constituir per se el todo. En un instante se puede pasar la vida, puede que en un instante se desvanezca la esencia de la existencia.
Suyo siempre,
Arkham

domingo, 28 de octubre de 2007

Un tal "Altazor" de Vicente Huidobro. Diario de un interno!

De tiempo en tiempo, pasan por este asilo "genios" incomprendidos por la sociedad, parias para ciertos círculos, desterrados, no reconocidos, marginados, envilecidos, abyectos y desalmados. Sin embargo algunos de esos "toques" de genialidad han quedado registrados en nuestros anaqueles empolvados y vetustos, para recordar y homenajear a esas mentes privilegiadas y perdidas para que estos púberes que se las dan de pseudointelectuales aprendan algo de nuestras mentes brillantes.

Soy yo Altazor el doble de mí mismo

El que mira obrar y se ríe del otro frente a frente

El que cayó de las alturas de su estrella

Y viajó veinticinco años

Colgado al paracaídas de sus propios prejuicios

Soy yo Altazor el del ansia infinita

Del hambre eterno y descorazonado

Carne labrada por arados de angustia

¿Cómo podré dormir mientras haya adentro tierras desconocidas?

Problemas

Misterios que se cuelgan a mi pecho

Estoy solo

La distancia que va de cuerpo en cuerpo

Es tan grande como la que hay de alma en alma

Solo...


Soy todo el hombre

El hombre herido por quién sabe quien

Por una flecha perdida del caos

Humano terreno desmesurado

Sí desmesurado y lo proclamo sin miedo

Desmesurado porque no soy burgués ni raza fatigada

Soy bárbaro tal vez

Desmesurado enfermo

Bárbaro limpio de ruinas y caminos marcados

No acepto vuestras sillas de seguridades cómodas

Soy el angel (sic) salvaje que cayó una mañana

En vuestras plantaciones de preceptos.

Poeta

Anti poeta

Culto

Anti culto

Animal metafísico cargado de congojas

Animal espontáneo directo sangrando sus problemas

Solitario como una paradoja

Paradoja fatal

Flor de contradicciones bailando un fox-trot

Sobre el sepulcro de Dios

Sobre el bien y el mal

Soy un pecho que grita y un cerebro que sangra

Soy un temblor de tierra

Los sismógrafos señalan mi paso por el mundo...


Altazor (Extracto del canto primero)

jueves, 4 de octubre de 2007

El miedo (5ª parte) El sentido de la muerte hoy

La muerte dejó de ser un proceso natural para transformarse en un acontecimiento médico subordinado a una biopolítica en cuyo orden el destino de los cuerpos se dirime en la esfera institucional. Si este giro es advertido a tiempo, se impone la urgencia de escapar de una muerte tecnificada y expropiada hasta el punto de que con ella se desvaloriza y se descuida a la persona que el moribundo continúa siendo. Porque lo cierto es que la medicalización de la vida es una estrategia bifronte que, por una parte, propone una lucha encarnizada contra la muerte y, al mismo tiempo, una vez que la “batalla” es dada por perdida, una vez que se admite que la muerte es inminente, se desprecia el proceso del morir por su misma inevitabilidad. En el transcurso del fin, cuando ya no es útil según los cánones sociales y a medida que se va tornando un estorbo, el moribundo es abandonado, marginado del mundo de los vivos, separado de sus lazos afectivos, disociado de su historia vital.

Ese aspecto bifronte de estos fenómenos correlativos -la progresiva y constante medicalización de la vida y la marginación de la muerte- se expresa en cuatro prácticas sociales no siempre evidentes: la expropiación del proceso del morir, una radical escisión entre la vida y la muerte, la desacralización de la muerte y, por último, su negación.

La expropiación de los acontecimientos más personales de la existencia humana se manifiesta tanto en el nacimiento como en la muerte, ya que ambos aparecen signados por la presencia del otro: en el inicio de la vida, la alteridad se expresa en el cordón umbilical que une al neonato con ese otro primigenio que es la madre. En los momentos postreros, la presencia de la alteridad aparece toda vez que el médico trata de salvar una vida, pero también se descubre cuando los seres queridos han dedecidir la interrupción de un tratamiento. Salvo raras excepciones, en el horizonte de la muerte propia se impone la presencia de los otros.

Por otra parte, desde el punto de vista de quien experimenta el pasaje de la vida a la muerte, este fenómeno se caracteriza esencialmente -cuando menos en el dominio secular y racional- por ser privativo de cada sujeto y, a su vez, intransmisible, ya que nadie puede prestar su testimonio sobre esta experiencia. Pero como la vida humana se constituye a partir de complejas redes de significaciones, la muerte ajena es una referencia constante de la muerte de uno mismo y, cada vez que se hace presente, reaviva la angustia ante el propio fin y provoca lo que se dio en llamar el traumatismo de la muerte.

Con el fin de defenderse de esta angustia, se suele negar la idea de la muerte, confinándola en un espacio distante de aquel al que pertenece el espectador: la muerte le acontece a los demás. Pero cuando ese acontecimiento se torna personal, cuando ese otro espectador se transforma finalmente en actor, hay dos maneras de confrontarse con ella: receptiva o activamente. Toda vez que la muerte aparece ya no como una amenaza sino más bien como una posibilidad que nos convoca en carne y hueso, comportarnos activamente puede significar la reivindicación de nuestro derecho a morir y, en circunstancias privilegiadas, la elección de qué clase de muerte deseamos para nosotros. Apropiarnos de la muerte es, en última instancia, incorporarla en nuestra biografía.

La radical escisión entre la vida y la muerte es un rasgo característico de la cultura contemporánea. Tradicionalmente, al ser concebida como un designio del Creador, la muerte constituía un todo integrado con la vida. Y, según se creía, por el solo hecho de haber sido dispuesta por Dios, la muerte poseía un carácter sagrado. Esta investidura inducía a que se profesara un venerable respeto hacia el moribundo. Entonces era natural que, una vez acontecida la muerte, se alzaran monumentos funerarios y se celebraran ceremonias rituales.


Distante de esa diferencia, en nuestra cultura secular la muerte ya no es concebida como una etapa más de la vida. Y a modo de corolario, ha sido expulsada del mundo de los vivos, en tanto y en cuanto las circunstancias que acompañan a toda muerte contradicen los valores fundamentales de dicha cultura. Pues en el imaginario colectivo, la muerte representa una tríada de fracasos difícilmente admisibles. En primer lugar, en una sociedad que reclama una justa distribución de cargas y beneficios, se la vive como una injusticia, y en sintonía con esta lógica economicista, muchas veces se margina al moribundo, sujeto improductivo en una sociedad signada, precisamente, por los valores del éxito y de la producción. Por otra parte, en una sociedad que admite apenas los errores en el campo científico, la muerte es vivida como una derrota de la medicina (de allí todos los problemas que se condensan en el llamado encarnizamiento terapéutico y la resistencia generalizada a aceptar la presunta batalla perdida). Por último, en una sociedad hedonista, donde el valor de un bien se mide por el placer o displacer que provoca, la muerte es vivida como penosa y antiestética. Vivimos en una cultura que admira la juventud y la perfección física, donde los valores consagrados y defendidos por el imperio de la imagen se alzan, arrogantes, frente a la realidad de la muerte, que “es ausencia de imagen, generalmente de juventud, y a través del rechazo y del consiguiente siempre de belleza”. Aislamiento en que se lo sume al moribundo, la estética contemporánea legitima el antagonismo entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.

Si por añadidura el imperativo de preservar la funcionalidad familiar y social encamina el proceso del morir, es un requisito que ya no se muera en el hogar sino en un lecho extraño. El acto de desterrar al moribundo en una institución impide que la muerte alcance a invadir el ámbito de la vida privada y que altere de manera perversa la comodidad. En la de quienes deben continuar con sus actividades cotidianas. Consecución de este proceso de marginación, al moribundo se lo obliga a atravesar etapas bien diferenciadas -territorios topológicamente delimitados en su institucionalización-, donde cuanto mayor es su dolencia y más delicado su estado, más radical es su exclusión. Piénsese, por ejemplo, en las distintas “residencias” por las que transita el moribundo hasta arribar a su morada final. Un ejemplo habitual es el del enfermo senil quien, cuando no puede ser cuidado por sus familiares, es internado en un geriátrico, antecámara de la muerte y versión moderna del leprosario. El geriátrico preanuncia si no la muerte física, cuando menos la muerte social. El anciano es alejado de sus afectos y de su personalidad civil; de allí que en ese nuevo espacio hasta su documento de identidad se torne superfluo. Más adelante, cuando el deterioro avanza, es internado en una institución de salud, muchas veces en una sala general, donde todavía es visitado por sus familiares y se relaciona con sus vecinos de cama. Una vez que su salud declina, es trasladado al servicio de terapia intermedia hasta que, finalmente, agravados sus síntomas, acaba sus días en una sala de terapia intensiva, donde no muere en su lecho sino, casi siempre, conectado a aparatos, aislado completamente del mundo de la vida y de los lugares, personas, vínculos y objetos que hacen a su propia historia.

En el transcurso de este proceso progresivo de institucionalización, el moribundo es erradicado de las coordenadas espacio-temporales de la cotidianeidad. Confinado a ese no-lugar de exclusión, a menudo el moribundo interpreta su derecho a morir como un deber de morir. Y en el mejor de los casos, intenta tomar las riendas de lo que le resta de vida en sus propias manos, transgrediendo la lógica contemporánea, que hace que los rituales de la muerte conduzcan casi sin excepción a una tercerización del propio fin.

Hoy asistimos, además, a una progresiva desacralización de la muerte. Durante siglos los rituales se instituyeron como un conjunto imprescindible de reglas que fijaban el desarrollo de las ceremonias religiosas y, a su vez, colaboraban para vivir personal y comprometidamente la transición entre un estadio vital y otro. En este sentido, uno de los rasgos observados por numerosos antropólogos en diversas culturas es la doble función de los ritos fúnebres, que domestican la muerte y, al mismo tiempo, allanan el duelo de los sobrevivientes.

Antiguamente, la persona que presentía su propia muerte se preparaba para recibirla. ¿De qué modo? A través de un ritual postrero. No sólo llevaba a cabo un balance interior, sino que convocaba a sus seres queridos y los reunía a su alrededor. Esos momentos íntimos le eran reservados para transmitir a los demás sus últimas voluntades, anticipar la distribución de su herencia, perdonar ofensas, aconsejar y advertir. Una vez acaecida la muerte, al difunto se lo lavaba en su propio lecho y se lo velaba en su propio hogar, morada que a partir de ese momento albergaba únicamente sus recuerdos. En un gesto de significación profunda, este ritual de purificación lo volvía protagonista de su muerte y mostraba que la vida y la muerte no se concebían como dos polos antagónicos, dado que la última era el desenlace natural de la primera, a la que se hallaba culturalmente integrada.

En una era desacralizada, la muerte es percibida a menudo como una suerte de ofensa contra los vivos, como una mácula que, una vez que no puede ser mimetizada con la vida, conviene ocultar. Así se explica que el difunto ya ni siquiera sea despedido en su hogar: rápida y burocráticamente se contratan servicios especiales ofrecidos por velatorios donde todo se vende “profesionalizado”, donde circunspectos empleados de traje oscuro confieren al evento el toque acorde de discreción y elegancia. Gracias a estos nuevos rituales, el cadáver no contamina el mundo de los vivos. El entierro, por lo menos en aquellos segmentos sociales que pueden afrontarlo financieramente, se lleva a cabo en asépticos jardines con música funcional. Y hasta una nueva opción parece imponerse cada día más: la cremación de los restos. La incineración, aceptada por la Iglesia Católica en 1963, da lugar a una práctica mortuoria con notorias ventajas y más acorde con los nuevos tiempos, pues es más económica que la sepultura, las ceremonias son más breves, los restos mortales ocupan menos espacio y hasta son trasladables. Finalmente, el duelo es casi un rito superfluo, una ceremonia arcaica que no condice con los valores de la producción globalizada. No entra ni en la ética del trabajo ni en la estética del llamado “tiempo libre”.

Sin embargo, el rito que acompañaba a la muerte en los tiempos precedentes no era un formalismo vacío, ya que cumplía una función terapéutica y formaba parte de una cultura fenecida donde el dolor era exhibido y, en cuanto tal, compartido y respetado. Hoy por hoy, con la sustitución de los antiguos rituales, la muerte se ha escindido casi completamente del mundo de los vivos.

La negación de la muerte, finalmente, permite conjurar el miedo que provoca, crearse la ilusión de que ella no es. Ese miedo exorciza no sólo la muerte del otro, sino la más temida, la propia. En La muerte de Iván Ilich, León Tolstoi retrata la escena de un moribundo condenado a representar la comedia de su propio fin: el médico lo alienta a una pronta mejoría, sus familiares sólo le dirigen palabras de esperanza en su pronta recuperación, y al enfermo no le resta sino simular que desconoce completamente la proximidad de su muerte. Portando cada actor su propia máscara, se construye un simulacro que no sólo separa al moribundo de los vivos, sino que además lo obliga a interpretar una macabra comedia, en lugar de vivir la genuina tragedia que significa para él su propia muerte. Al confinar al moribundo, se crea una nueva exclusión.

El filósofo Michel Foucault, estudió el fenómeno de la marginación y expulsión de la sociedad, concluyendo que cada época, con el fin de preservar sus valores hegemónicos, necesita expulsar a todos aquellos que no responden a la ideología dominante. Ya se trate de las brujas en la Edad Media, de los herejes en la Inquisición, de los confinados en los leprosarios del Humanismo, de los locos de los manicomios en la Edad Moderna, o de los moribundos en la aldea global, todos ellos son víctimas que, al apartarse de la media del grupo mayoritario, deben ser desterrados de la comunidad. Esta estrategia biopolítica de exclusión del diferente que, ineludiblemente, llegado el momento todos seremos, irónicamente aspira a ser una medida higiénica que promueve la cohesión social.

Si vivimos confinados en una cultura que reniega de los moribundos, es comprensible -y tal vez hasta constituya el acto último de una sabiduría prudencial- que quien se acerca a su fin se niegue a ser condenado a ese estatuto por un tiempo indeterminado e indeterminable. Cautivo de la tecnomedicina, el moribundo teme, con justificado horror, ser preso de un tiempo sin tiempo.

domingo, 30 de septiembre de 2007

El miedo (4ª parte): El nacimiento de la reclusión hospitalaria

Aquellos que experimentan algunos de los males que hemos analizado en "El miedo 3ª parte"(*), en algunas ocasiones, son recluídos en clínicas u hospitales psiquiátricos destinados a escudriñar en los modelos de comportamiento y en sus patrones patológicos, administrados por psiquiatras que aportan un renovado soporte metodológico, totalmente innovante con respecto a lo que se hizo hasta el S.XVIII dentro de los dispositivos sanitarios en la Europa occidental, reproducción, obviamente, de una sociedad disciplinaria (*) que obedece a la entronización de una economía política generada por el orden burgués que se consolida a partir de la revolución industrial (* Véase entradas correspondientes).

Con anterioridad al S. XVIII el hospital era esencialmente una institución de asistencia a los pobres, pero al mismo tiempo era una institución de separación y exclusión. El pobre, como tal, necesitaba asistencia y, como enfermo, era portador de enfermedades y propagador de éstas (tanto físicas como morales). En resumen, era peligroso. De ahí la necesidad de la existencia del hospital, tanto para recogerlo como para proteger a los demás contra el peligro que entrañaba. Dice Foucault - entonces - que el hospital era un lugar para ir a morir. El personal hospitalario no estaba destinado a curar al enfermo sino a conseguir su propia salvación. Era un personal caritativo (religioso o laico) que estaba en el hospital para hacer obras de misericordia que le garantizaran la salvación eterna. Por consiguiente, la institución servía para salvar el alma del pobre en el momento de la muerte y también la del personal que lo cuidaba: En resumidas palabras, el "hospital general" era un lugar de internamiento donde cohabitan enfermos - leprosos -, locos - peligrosos para la sociedad - y prostitutas sin ninguna finalidad médica.

La intervención del médico en la enfermedad giraba en torno del concepto de crisis. El médico debía observar al enfermo y a la enfermedad desde la aparición de los primeros signos para descubrir el momento en que se producía la crisis. Ésta era el momento en el que en el enfermo se enfrentaban su naturaleza sana y el mal que lo aquejaba. En esta lucha entre la naturaleza y la enfermedad, el médico debía observar los signos, pronosticar la evolución, y favorecer, en la medida de lo posible, el triunfo de la salud y la naturaleza sobre la enfermedad. O sea, el médico sólo se remitía a la observación del paciente - los médicos no eran clínicos, sólo recibían consultas debido a un prestigio ganado por algunas curas que hubieran conseguido con sus pacientes -, lo que habla de que en esa época no había nada de prácticas médicas tales como la organización de los conocimientos hospitalarios o tratamientos acordes a un estado de insanidad o enajenación mental: antes del S. XVIII la locura no era objeto sistemático de internamiento y era considerada fundamentalmente como una forma de error o de ilusión, pertenecía mas bien, a las quimeras del mundo; podía vivir en medio de esas quimeras y no tenía porque ser separada de ellas más que cuando adoptaba formas extremas o peligrosas. Los remedios prescritos para la locura eran los viajes, el reposo, los paseos, el retiro y la ruptura con el mundo artificial, incluso con puestas en escena dramáticas en las que se exponía al enfermo la realidad ficticia en que vivía para que sanase al ver su condición extraviada.


Pero todo cambia con el advenimiento de la modernidad y su discurso basado en el progreso capitalista. A partir de este momento la locura aparece no tanto como una perturbación del juicio cuanto como una alteración en la manera de actuar, de querer, de sentir las pasiones - el miedo por ejemplo -, de adoptar decisiones y de ser libre. ¿Y, entonces, qué rol juega el manicomio en este nuevo proceso?

En primer lugar, permitir descubrir la verdad en la enfermedad mental, alejar todo aquello que en el medio en el que vive el enfermo pueda enmascararla, confundirla, proporcionarle formas aberrantes, alimentarla y también potenciarla. Pero todavía más que un lugar de desvelamiento, el hospital, es un lugar de confrontación; la locura, voluntad desordenada, pasión pervertida, debe de encontrar en él una voluntad recta y pasiones ortodoxas. El médico de manicomio, el protagonista de este cambio, es a la vez quien puede decir la verdad de la enfermedad gracias al saber que posee sobre ella y quien puede producir la enfermedad en su verdad y someterla a la realidad gracias al poder que su voluntad ejerce sobre el propio enfermo. El médico es competente, conoce a los enfermos y las enfermedades, detenta un saber científico que es del mismo tipo que el del químico o el del biólogo. Para Foucault, el psiquiatra se convierte en el "dueño de la locura": el médico es quien la hace mostrarse en su verdad (cuando se oculta, permanece emboscada o silenciosa) y quien la domina, la aplaca y la disuelve, tras haberla desencadenado sabiamente a través de técnicas como la hipnosis y la sugestión y métodos propios del encierro al que se ven sometidos los internos. El miedo, nuevamente aflora, pero en esta ocasión a través del aislamiento, de los interrogatorios públicos y privados, de los tratamientos-castigo tales como la ducha, los coloquios morales (para estimular o amonestar), de la disciplina rigurosa, del trabajo obligatorio, de las recompensas, de las relaciones preferentes entre el médico y determinados enfermos, de las relaciones de vasallaje, de posesión, de domesticación, y a veces de servidumbre que ligan al enfermo con el médico.

En otra oportunidad analizaremos el origen de la psiquiatría moderna, sin embargo la idea era dar luces acerca del origen del encierro mental contemporáneo, motivo de este asilo en el cual me encuentro recluído y desterrado de mis afectos y de mis voliciones.
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