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jueves, 21 de febrero de 2008

Nuestra nula afinidad con el carnaval!!

La tradición histórica de este país no conoce de grandes celebraciones colectivas, asi como tampoco hemos sido dados a las fiestas. Cuando se habla de nuestra identidad, siempre se habla de lo grises que somos, de lo apagados, de lo poco que demostramos estados de felicidad a la hora de crear y recrear nuestro baile nacional, de la profunda tristeza que denotan nuestros poetas, de los rostros de la gente cuando caminan por las grandes urbes. De hecho, históricamente hablando, las grandes celebraciones que conocía nuestro país durante la Colonia era cuando nacía el primogénito del rey - hecho que se conocía con un retraso de dos años aproximadamente -, situación que ameritaba el embanderamiento de todas las casas, las chinganas ardían entre los peones y gañanes que gastaban sus míseros centavos en una "cañita" y las tertulias aristocráticas se dejaban acompañar por polcas u otros tipos de bailes afines. En síntesis, Chile no conoce ese concepto tan latinoamericano - aunque también se encuentra en Europa - que es el de carnaval.

Para aclarar el origen del carnaval los estudiosos se remontan hasta precedentes de distintas civilizaciones que, sin usar el mismo concepto de la fiesta, han manejado objetos y utensilios similares a los que se usan en un carnaval, y recuerdan el origen remoto que pueden suponer las bacanales (fiestas en honor de Baco), las saturnales (al Dios Saturno) y lupercales (al Dios Pan, éste es asociado con Dionisio pues Pan era el dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina desenfrenada), celebraciones que se conocieron tanto en la antigua Grecia como en la Roma clásica. Sin embargo, un carnaval es una celebración pública que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana, con fecha variable (desde finales de enero hasta principios de marzo según el año), y que combina algunos elementos como disfraces, desfiles, y fiestas en la calle. Manteniendo, entonces algunos rasgos de las celebraciones clásicas, como la bebida sin límites, el juego de seducción escondiendo los rostros tras sendas máscaras, etc. Por lo tanto, el carnaval se debate entre lo sacro y lo profano. El carnaval concluye en el martes de carnaval, que es el último martes antes del inicio de la Cuaresma cristiana. El período de carnaval se conoce también con el término francés de Mardi Gras, 'martes graso' o de la grasa (tocino). Durante la Cuaresma los cánones católicos indican que no se deberá de comer carne, sino pescado y verduras.

A comienzos de la Edad Media la Iglesia Católica propuso una etimología de carnaval: del latín vulgar carne-levare, que significa 'abandonar la carne' (lo cual justamente era la prescripción obligatoria para todo el pueblo durante todos los viernes de la Cuaresma). Posteriormente surgió otra etimología que es la que actualmente se maneja en el ámbito popular: la palabra italiana carnevale, que significaba la época durante la que se podía comer.

Sea cual sea la acepción correcta, el término carnaval posee un carácter lúdico que se replica en varias partes - en la mayoría - de Latinoamérica como en México, Panamá, Uruguay, Brasil, Colombia, Perú, República Dominicana, etc. La pregunta no se deja esperar. ¿Y Chile tiene carnaval? Volvemos al principio de esta entrada para responder si es que nosostros tenemos carnaval. Grandes fiestas nosotros no tenemos...esas katarsis colectivas que se ven en Cádiz, Canarias, Venecia o Río de Janeiro para nosotros son desconocidas. Las teorías del porqué son muchas, sin embargo me inclino por el carácter mestizo de nuestra cultura y, más todavía, por el trauma de la conquista. Recientemente alguien me comentaba que si hiciéramos un análisis mitocondrial de toda la población chilena, el 80% poseería sangre mapuche, y siguiendo la lógica de las largas duraciones de Braudel, el carácter de vencidos nos predispondría a ser una sociedad que no tiene qué celebrar, otorgándonos ese tono opaco que se evidencia en la falta de color en nuestra ropa, en hacer películas que poseen un cariz melancólico y de frustración, a no tener festividades colectivas que nos unan a todos (porque el 18 es sólo una fiesta popular - en la cual se desconoce el verdadero significado - en términos de salir a ramadas o fondas), en que el arte de nuestra Violeta no era muy alegre que digamos, y así...tantos ejemplos que hablan de nuestro espíritu ajeno a la fiesta.
La única instancia en que el país - desde el roto hasta el descosido - se une (y tal vez no como antes) es con el Festival de Viña. Hace veinte años atrás tres cuartas partes del país estaba sentado frente al televisor viendo a KC, a la Rafaella Carrá, al gran Camilo Sesto o a Julio Iglesias entre tantos otros. Era la gran fiesta del país, sin embargo los fenómenos de globalización y embrutecimiento colectivo, hacen que el festival hoy de paso a lo paralelo: a las tetas siliconadas, a la ambición de Camiroaga de animar el festival, a la Argandoña hablando veinte mil huevadas en vez de pagarle a la gente de Pelarco a la cual le debe plata. Por eso, esperemos el 18 de septiembre y el año Nuevo, tal vez algo de jolgorio resulte.

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