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viernes, 10 de agosto de 2007

Aparelhament de un cátaro

Corre el año del Señor de 1215 y he aquí, encarcelado en una abadía en Cassis, tratando de entender los motivos por los que tendré que purgar este cuerpo, cárcel del demonio, en la hoguera buscando un buen tránsito hacia mi Señor Dominus. Soy Claude Viscaux y este es mi aparelhament.

- De qué se me inculpa, señor inquisidor!

- Disculpe monsieur Viscaux, pero usted ha estado sostenidamente incurriendo en actos heréticos.

- Podría ser más explícito señor.
Mi intención no es otra que entender de que se nos culpa a mi y a nuestros hermanos, situación que se ha vuelto insostenible desde que ese enviado de Satanás que se hace llamar Inocencio, nos manda a quemar previos castigos que hasta para un animal serían deshonrosos.

- Señor Inquisidor, usted sabe que nuestros preceptos nos mandan realizar una confesión penitencial llamada aparelhament. Tome esta declaración como una confrontación con mi credo y que conste que no seguí el camino de la endura, ruta que han seguido muchos de los "buenos hombres".

- Y en qué consiste esa tal endura?

- Es una especie de suicidio místico provocado por el ayuno total, hecho que denota el abandono de este mundo al cual todos aspiramos por haber sido creado y gobernado por el mismísimo Satanás.

- Pero es ridículo, dice Guy de Maltrais - el inquisidor -, el mundo ha de ser comprendido como una creación divina. Tu mismo fuiste creado a imagen y semejanza del Señor. No te das cuenta que estás blasfemando frente a esa cruz que hace de testigo de esta reunión que podría absolverte con el sólo hecho de que reconozcas al Padre y a su Hijo que se inmoló por tus propios pecados.

- Cómo no te das cuenta - le espeta Viscaux - que este mundo es la encarnación del mal!! Tu mismo eres parte de la maldad encarnada por el gran embuste llamado Pontificado. Si nuestra religión, la verdadera por lo demás, cuenta con todo el apoyo del Languedoc y de la Provenza es porque ustedes se han esmerado en mirar la vida laica como sinónimo de perdición. Sólo se preocupan de las ciudades y de los grandes clérigos regulares y, mientras tanto, qué pasa con las grandes masas de campesinos que ven a vuestro Dios como un ente castigador, lejano y cupular.

- Basta! Endiablado y embustero - vocifera el inquisidor.

- Que venga fray Reginaldo y que traiga las cabras al calabozo, señaló Guy, apuntando a los carceleros que yacían en el umbral.

- Amarren a la madera al hereje y átenle los pies con esas cadenas.

- Fray Reginaldo, embadurne los pies de este cátaro con sal y acerque la cabra para que los lama.

No puedo describir el dolor que sentía cada vez que la lengua de la cabra raspaba mis pies. Es como si miles de clavos me penetraran hasta el hueso. Sólo atiné a enderarme un tanto para poder darme cuenta que un charco de sangre corría por las tablas que sostenían mis extremidades y de un solo grito desgarrador pude escabullirme por un segundo del sufrimiento que se me inflingía.

- Mira la cruz y jura obediencia al único Dios, tu Dios, y tu sufrimiento termina, le decía Reginaldo.

Seguramente el dolor profundo e implacable me provocó el desmayo. Bienaventurado mi camino hacia dios. Mi sueño me llevó a zonas lejanas de Europa Oriental, a los Cárpatos específicamente, zona en donde el bogomilismo originó el camino a la salvación.

Continuará...

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