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lunes, 27 de agosto de 2007

El miedo (2ª parte): De las mentalidades al imaginario

Hoy escuché, en un canal de televisión y dentro de un microprograma, el discurso más cercano a aquella definición del imaginario que uno pueda encontrar en la cotidianeidad de la lectura referida a esta temática: "Satán vive con nosotros" decía parte del espacio. No pude más que acordarme de la reciente lectura de un artículo del diccionario de la "Nueva Historia" acerca de la problemática del imaginario.
En ese artículo, escrito por Evelyne Patlagean se define al imaginario como aquel conjunto de representaciones que desbordan el límite trazado por los testimonios de la experiencia y los encadenamientos deductivos que éstos autorizan. En palabras más sencillas, se trata de aquella frontera entre lo concreto y lo irreal que siempre está presente en la realidad humana desde lo colectivo a lo individual - en cualquier ámbito - y que desde nuestra posición en el presente, insertos en una cultura particular, trazamos una divisoria para cotejarnos con esos tiempos alejados de nosotros.

Si no ha quedado del todo claro, entreguemos una segunda aproximación al término: Corrientemente se utilizan como sinónimos los conceptos "ficción", "recuerdo", "ensoñación", "creencia", "sueño", "mito", "cuento", lo "simbólico" en el sentido de lo irreal, etc. Sin embargo, le tomaremos prestada a Gastón Bachelard su definición aclaratoria en el sentido que el imaginario apunta a la acción de librarnos de la impresión inmediata suscitada por la realidad a fin de penetrar en su sentido más profundo. O sea, el imaginario remite tanto al aspecto representativo y verbalizado de una expresión como al aspecto emocional y afectivo más íntimo de ésta. Expresiones enraízadas en las percepciones y emociones que afectan al hombre de modo más próximo que las concepciones abstractas de la intelección analítica que inhiben su esfera afectiva.

Matizando lo planteado por Patlagean con Blanca Solares, otra estudiosa de la problemática en cuestión, el imaginario se evidencia en la iconografía, una obra literaria, lo escrito como monumento de un discurso pasado, el interrogatorio de un inquisidor, los considerandos de un testamento formalizado ante notario, la recopilación de las tradiciones de un pueblo o de una región; en fin, todo aquello que sea portador de un sentido simbólico o indirecto. En palabras del historiador francés Jacques Le Goff con respecto a "El otoño de la Edad Media" - del holandés J. Huizinga - es preciso buscar el sentido de una sociedad en su sistema de representaciones y en el lugar que ocupa ese sistema en las estructuras sociales y en la realidad.

Ahora bien, el imaginario deberá cuadrar dentro de una periodización concreta - a veces un tanto difusa por los cortes curriculares de la enseñanza formal - sea ésta a través de las largas duraciones o estructuras (término braudeliano que hace referencia a grandes períodos de tiempo en los cuales una sociedad está constituída por ciertos rasgos homogéneos que la caracterizan e identifican) o bien, a través de campos temáticos circunscritos en tiempos y lugares determinados.

El advenimiento de la modernidad, desde los siglos XV al XVIII, trajo consigo un progresivo desarrollo de la razón con la consabida ruptura - parcial - de los fenómenos atingentes a la esfera clerical, junto con el desarrollo de la burguesía, intrínsicamente un sector social urbano y pragmático a la hora de enfrascarse en asuntos vinculados con la imaginería popular. Más bien, el burgués buscó encauzar el orden del mundo y dejar de lado explicaciones surgidas desde la religión, las cuales cristalizaban sobremanera en el medio rural. Robert Mandrou lo explicita de la siguiente forma: La continuidad permanece en los ambientes antiguos, el campo, los eruditos clericales, teólogos y predicadores, mientras que la burguesía ilustrada de los magistrados y los médicos descubren la posible reducción a la estafa o a lo patológico.

Lo planteo de otra forma, claro está siguiendo el derrotero de Mandrou. Entendamos por estructura mental un continuo histórico en el cual existe un conjunto de encuadres conceptuales aceptados por un individuo o un grupo, y utilizados por ellos en el ejercicio diario de sus pensamientos y actividades. Las instituciones políticas o religiosas son parte esencial de estas estructuras, las cuales son respetadas minuciosamente o, por lo menos, hasta ese momento - Ss. XVI - XVII - representaban el orden histórico - social. Pero, tras la avalancha intelectual y económica que supuso el humanismo, ese orden comenzó a trizarse y se comenzaron a buscar responsables de aquellos tiempos de miseria y caos - representado en lo que Henry Kamen designa como el Siglo de Hierro para referirse al S. XVII - lo que derivó en una constante confrontación dialéctica entre modernidad y tradición. El miedo se apoderó de toda la cultura europea dando paso a lo que Mandrou llama una coyuntura mental, es decir, climas sucesivos en los que se manifiestan las crisis, en las cuales maduran los grandes problemas que expresan la evolución de larga duración de las mentalidades, manifestaciones que se hacen intrínsecas en una vanguardia o élite social. Efectivamente, estos climas de sensibilidad no afectan al mundo campesino, que sigue inmerso en su entorno crítico de sequías, guerras y pestes, si no que se enfoca en el grupo capaz de percibir la atmósfera propia de una época: la élite intelectual, moderna, ilustrada.

Estas coyunturas mentales o climas de sensibilidad encierran, lo que el mismo Mandrou denomina, epidemias mentales o brotes de imaginería popular. Se enfrascan en una pugna las viejas tradiciones con todo el acerbo racional y moderno del siglo de la revolución científica: la caza de protestantes da paso a la caza de brujas, la etapa de la sensibilidad lagrimeante y cruel en donde destacan el morbo de la autoflagelación de monjes, las guerras civiles que afectan a buena parte de Europa, etc. En este contexto surge la evasión.

En un mundo en donde las constricciones, sociales o naturales, pesan tanto sobre la enorme mayoría de los hombres, evadirse - huir del mundo, de las realidades diarias, molestas y agotadoras - temporal o definitivamente, se presenta como una actividad compensatoria. Mundos imaginarios, relatos exóticos, fiestas y manifestaciones teatrales, Satán como fuente de poder y dominación sobre otros o el suicidio serán las fuentes más recurrentes a donde dirijirán sus pasos estos hombres que viven en la encrucijada, en el contrapunto, en el punto de inflexión de lo medieval a lo moderno.

Recién, en la tarde, escuché a Luis Eugenio Silva hablar de Satán y de cómo hoy en día nadie cree en él y en sus acciones maléficas. Comúnmente escuchamos hablar del "mal de ojo" a los recién nacidos - sobre todo en sectores populares -. En el campo cuando canta el tué - tué alguien va a morir y generalmente deberían morir dos personas más porque siempre se van de a tres. O más de alguien ha ido o conoce a alguien que practica algún tipo de actividad de hechicería, magia o quiromancia. Si no se trata de miedos, entonces de qué estamos hablando. Hoy, cuando la modernidad triunfó y todas aquellas sensibilidades e imaginarios parecían estar durmiendo en los estragos del olvido hemos de escudriñar sólo un tanto para entender prácticas y discursos de hace un par de siglos atrás que nos llevarán a comprender lo que somos hoy día.

Próximamente la tercera parte...

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