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jueves, 9 de agosto de 2007

El Miedo (1ª parte): Raíces y manifestaciones


El miedo (individual) es una emoción - choque, frecuentemente precedida de sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro agobiante y presente que, según creemos, amenaza nuestra conservación. Pero, en estado de alerta, el hipotálamo reacciona mediante una movilización global del organismo, que desencadena diversos tipos de comportamientos somáticos y provoca, en especial, modificaciones endocrinas. Como toda emoción, el miedo puede provocar efectos contrastados según los individuos y las circunstancias, incluso reacciones alternativas en una misma persona: la aceleración de los movimientos del corazón o su relantización; una respiración demasiado rápida o demasiado lenta; una contracción o una dilatación de los vasos sanguíneos; una hiper o hiposecreción de las glándulas; constipado o diarrea; un comportamiento de inmovilización o una exteriorización violenta. En los casos límite, la inhibición llegará hasta una pseudoparálisis ante el peligro (estados catalépticos) y la exteriorización desembocará en una tempestad de movimientos enloquecidos e inadaptados, características del pánico. Manifestación exterior y experiencia interior a la vez, la emoción de miedo libera, por tanto, una energía inhabitual y la difunde por todo el organismo. Esta descarga es en sí una reacción utilitaria de legítima defensa, pero que el individuo, sobre todo bajo el efecto de las repetidas agresiones de nuestra época, no siempre ocurre en el momento oportuno.
No obstante, el miedo es ambiguo. Inherente a nuestra naturaleza, es una muralla esencial, una garantía contra los peligros, un reflejo indispensable que permite al organismo escapar provisionalmente a la muerte. Pero si sobrepasa una dosis soportable, se vuelve patológico y crea bloqueos. Se puede morir de miedo, o al menos ser paralizado por él. "Es una sensación atroz, una descomposición del alma, un espasmo horrible del pensamiento y del corazón cuyo solo recuerdo proporciona al alma estremecimientos de angustia" ( Guy de Maupassant). A causas de sus efectos a veces desastroza, Descartes lo identificaba con la cobardía, contra la que no podríamos acorazarnos suficientemente de antemano:

"...El miedo o el espanto, que es contrario a la audacia, no es solamente una frialdad, sino también una turbación y un asombro del alma que le priva del poder de resistir a los males que ésta piensa muy cercanos... Por eso, no es una pasión particular; es solamente un exceso de cobardía, de asombro y de temor que siempre es vicioso... Y como la principal causa del miedo es la sorpresa, no hay nada mejor para librarse de él que utilizar la premeditación y prepararse para todos los acontecimientos, cuyo temor puede causarlo".

Este sentimiento individual podría tornarse, eventualmente, en colectivo: El miedo puede convertirse en causa de la involución de los individuos pues se corre el riesgo de la generación de disgregación. La personalidad se vuelve dual, "la impresión de serenidad que da la adhesión al mundo desaparece; el ser se vuelve separado, otro, extraño. El tiempo se detiene, el espacio mengua" (G. Delpierre). Si es colectivo, el miedo puede llevar también a comportamientos aberrantes y suicidas de los que ha desaparecido la apreciación correcta de la realidad: como por ejemplo esos pánicos generalizados ante los brotes de brujería en las colonias americanas durante los siglos XVII y XVIII. O, en la Europa bajo medieval y moderna, la acción de la Inquisición fue motivada y mantenida por el miedo a ese enemigo constantemente renaciente: la herejía y la acción de satanás que parecían asediar, incansablemente, a la Iglesia y a los "buenos hombres".

El miedo y la angustia son responsables de muchos de los internos de este asilo; por cuanto queremos entender estos comportamientos anómalos es que seguiremos escudriñando en este derrotero.

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