
No obstante, el miedo es ambiguo. Inherente a nuestra naturaleza, es una muralla esencial, una garantía contra los peligros, un reflejo indispensable que permite al organismo escapar provisionalmente a la muerte. Pero si sobrepasa una dosis soportable, se vuelve patológico y crea bloqueos. Se puede morir de miedo, o al menos ser paralizado por él. "Es una sensación atroz, una descomposición del alma, un espasmo horrible del pensamiento y del corazón cuyo solo recuerdo proporciona al alma estremecimientos de angustia" ( Guy de Maupassant). A causas de sus efectos a veces desastroza, Descartes lo identificaba con la cobardía, contra la que no podríamos acorazarnos suficientemente de antemano:
"...El miedo o el espanto, que es contrario a la audacia, no es solamente una frialdad, sino también una turbación y un asombro del alma que le priva del poder de resistir a los males que ésta piensa muy cercanos... Por eso, no es una pasión particular; es solamente un exceso de cobardía, de asombro y de temor que siempre es vicioso... Y como la principal causa del miedo es la sorpresa, no hay nada mejor para librarse de él que utilizar la premeditación y prepararse para todos los acontecimientos, cuyo temor puede causarlo".
Este sentimiento individual podría tornarse, eventualmente, en colectivo: El miedo puede convertirse en causa de la involución de los individuos pues se corre el riesgo de la generación de disgregación. La personalidad se vuelve dual, "la impresión de serenidad que da la adhesión al mundo desaparece; el ser se vuelve separado, otro, extraño. El tiempo se detiene, el espacio mengua" (G. Delpierre). Si es colectivo, el miedo puede llevar también a comportamientos aberrantes y suicidas de los que ha desaparecido la apreciación correcta de la realidad: como por ejemplo esos pánicos generalizados ante los brotes de brujería en las colonias americanas durante los siglos XVII y XVIII. O, en la Europa bajo medieval y moderna, la acción de la Inquisición fue motivada y mantenida por el miedo a ese enemigo constantemente renaciente: la herejía y la acción de satanás que parecían asediar, incansablemente, a la Iglesia y a los "buenos hombres".
El miedo y la angustia son responsables de muchos de los internos de este asilo; por cuanto queremos entender estos comportamientos anómalos es que seguiremos escudriñando en este derrotero.
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