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jueves, 30 de agosto de 2007

El miedo (3ª parte): De la angustia individual al miedo colectivo

"Miedos Particulares": es decir, "miedos nombrados". Aquí puede llegar a ser muy efectiva en el plano colectivo la distinción que la psiquiatría ha establecido en el plano individual entre miedo y angustia, antiguamente confundidas por la psicología clásica. Porque se trata de dos polos a cuyo alrededor gravitan palabras y hechos psíquicos a la vez emparentados y diferentes. El temor, el espanto, el pavor, el terror pertenecen más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más bien a la angustia. El primero lleva hacia lo conocido; la segunda, hacia lo desconocido. El miedo tiene un objeto determinado al que se puede hacer frente. La angustia no lo tiene, y se la vive como una espera dolorosa ante un peligro tanto más temible cuanto que no está claramente identificado: es un sentimiento global de inseguridad. Por eso es más difícil de soportar que el miedo. Estado a la vez orgánico y afectivo, se manifiesta de forma menor (la ansiedad) mediante "una sensación específica de estrechamiento de la garganta, de flaquear de las piernas, de temblor" (Jean Delumeau), unido a la inquietud ante el futuro; y en el modo más agudo, mediante una crisis violenta.

En los obsesos, la angustia se convierte en neurosis, y en los melancólicos en una forma de psicosis. Como la imaginación juega un papel importante en la angustia, ésta tiene su causa más en el individuo que en la realidad que le rodea, y su duración no se encuentra, como la del miedo, limitada por la desaparición de las amenazas. Por eso es más propia del hombre que del animal. Distinguir entre miedo y angustia no equivale, sin embargo, a ignorar sus vínculos en los comportamientos humanos. Miedos repetidos pueden crear una inadaptación profunda en un sujeto y conducirle a un estado de malestar profundo generador de crisis de angustia. Recíprocamente, un temperamento ansioso corre el riesgo de verse más sometido a los miedos que cualquier otro. Además, el hombre dispone de una experiencia tan rica y de una memoria tan grande que sólo raramente experimenta miedos que en un cierto grado no estén penetrados de angustia. Reacciona, más todavía que el animal, a una situación desencadenante en función de sus vivencias anteriores y de sus "recuerdos". Por eso no carece de razón que el lenguaje corriente confunda miedo y angustia, significando de este modo inconscientemente la compenetración de estas dos experiencias, incluso si los casos límite permiten diferenciarlas con nitidez.

Como el miedo, la angustia es ambivalente. Es presentimiento de lo insólito y expectativa de la novedad, vértigo de la nada y esperanza de una plenitud. Es a la vez temor y deseo.

La angustia, fenómeno natural del hombre, motor de su evolución, es positiva cuando prevé amenazas que, no por ser imprecisas todavía, son menos reales. Estimula entonces la movilización del ser. Pero una aprensión demasiado prolongada también puede crear un estado de desorientación y de inadaptación, una ceguera afectiva, una proliferación peligrosa de lo imaginario, desencadenar un mecanismo involutivo por la la instalación de un clima interior de inseguridad. Es sobre todo peligrosa bajo la forma de angustia culpable. Porque el sujeto vuelve entonces contra sí las fuerzas que deberían movilizarse contra agresiones exteriores y se convierte a sí mismo en su principal objeto de temor. Es, con todo, el reflejo de esas coyunturas mentales de las cuales se vale Mandrou para tematizar las grandes problemáticas del S. XVI francés.

Debido a que es imposible conservar el equilibrio interno afrontando durante mucho tiempo una angustia flotante, infinita e indefinible, al hombre le resulta necesario transformarla y fragmentarla en miedos precisos de alguna cosa o de alguien. "El espíritu humano fabrica permanentemente el miedo" (G. Delpierre) para evitar una angustia morbosa que desembocaría en la abolición del yo. Es este proceso el que encontraremos en etapas concretas de una civilización. Es una secuencia larga de traumatismo colectivo, Occidente ha vencido la angustia "nombrando", es decir, identificando, incluso, fabricando miedos particulares.
El clima de "malestar" en el que Occidente vivió desde la peste negra hasta el S.XVII puede ser aprehendido todavía gracias a un test utilizado por los psiquiatras especialistas de la infancia y que ellos llaman Test del país del miedo y del país de la alegría. Cuando se trata del primero, llevan al niño a decir su angustia - este término general es más idóneo aquí que el de miedo - con ayuda de frases y, sobre todo, de dibujos que se reagrupan en cuatro categorías: agresión, inseguridad, abandono y muerte (G. Delpierre). Los símbolos que expresan y pueblan este país del miedo o bien son de carácter cósmico (cataclismos), o están sacados del bestiario (lobos, dragones, lechuzas, etc), o bien se toman del arsenal de objetos maléficos (instrumentos de tortura y suplicio, ataúdes, cementerios), o se sacan del universo de seres agresivos (verdugos, diablos, espectros). Presentar aquí, aunque sea resumidamente este test basta para mostrar que, en el plano colectivo, proporciona una red de lectura de la época en la cual se desata la caza de brujas, las guerras de religión, la locura clínica, las guerras civiles, el hambre y las pestes - el siglo de hierro representado magníficamente a través de la iconografía de la época -. En palabras de Delpierre "Un efecto del miedo es la objetivación. Por ejemplo, en el miedo a la violencia, el hombre, en vez de arrojarse a la lucha o rehuirla, sesatisface mirándola desde fuera. Saca placer de escribir - como este interno condenado a estar encerrado en este manicomio - , leer, oir, contar historias de batallas. Asiste con cierta pasión a las carreras peligrosas, a los combates de boxeo, a las corridas de toro. El instinto combativo se ha desplazado sobre el objeto".

Ahora bien, la acumulación de agresiones que golpearon a las poblaciones de Occidente desde 1384 hasta el S.XVII creó, de arriba a abajo del cuerpo social, un estremecimiento psíquico profundo del que son testigos todos los lenguajes de la época - palabras e imágenes -. Se constituye un "país del miedo", en cuyo interior una civilización se sintió "a disgusto" y lo pobló de fantasmas morbosos. Esta angustia, al prolongarse, amenazaba con disgregar una sociedad del mismo modo como puede destrozar a un individuo sometido a un recurrente stress. Podía provocar en ella fenómenos de inadaptación, una regresión del pensamiento y de la afectividad, una multiplicación de las fobias, introducir en ella una dosis excesiva de negatividad y de desesperación. La labor ahora, era identificar la fuente, la matriz del miedo.


Ya se viene la cuarta parte...

lunes, 27 de agosto de 2007

El miedo (2ª parte): De las mentalidades al imaginario

Hoy escuché, en un canal de televisión y dentro de un microprograma, el discurso más cercano a aquella definición del imaginario que uno pueda encontrar en la cotidianeidad de la lectura referida a esta temática: "Satán vive con nosotros" decía parte del espacio. No pude más que acordarme de la reciente lectura de un artículo del diccionario de la "Nueva Historia" acerca de la problemática del imaginario.
En ese artículo, escrito por Evelyne Patlagean se define al imaginario como aquel conjunto de representaciones que desbordan el límite trazado por los testimonios de la experiencia y los encadenamientos deductivos que éstos autorizan. En palabras más sencillas, se trata de aquella frontera entre lo concreto y lo irreal que siempre está presente en la realidad humana desde lo colectivo a lo individual - en cualquier ámbito - y que desde nuestra posición en el presente, insertos en una cultura particular, trazamos una divisoria para cotejarnos con esos tiempos alejados de nosotros.

Si no ha quedado del todo claro, entreguemos una segunda aproximación al término: Corrientemente se utilizan como sinónimos los conceptos "ficción", "recuerdo", "ensoñación", "creencia", "sueño", "mito", "cuento", lo "simbólico" en el sentido de lo irreal, etc. Sin embargo, le tomaremos prestada a Gastón Bachelard su definición aclaratoria en el sentido que el imaginario apunta a la acción de librarnos de la impresión inmediata suscitada por la realidad a fin de penetrar en su sentido más profundo. O sea, el imaginario remite tanto al aspecto representativo y verbalizado de una expresión como al aspecto emocional y afectivo más íntimo de ésta. Expresiones enraízadas en las percepciones y emociones que afectan al hombre de modo más próximo que las concepciones abstractas de la intelección analítica que inhiben su esfera afectiva.

Matizando lo planteado por Patlagean con Blanca Solares, otra estudiosa de la problemática en cuestión, el imaginario se evidencia en la iconografía, una obra literaria, lo escrito como monumento de un discurso pasado, el interrogatorio de un inquisidor, los considerandos de un testamento formalizado ante notario, la recopilación de las tradiciones de un pueblo o de una región; en fin, todo aquello que sea portador de un sentido simbólico o indirecto. En palabras del historiador francés Jacques Le Goff con respecto a "El otoño de la Edad Media" - del holandés J. Huizinga - es preciso buscar el sentido de una sociedad en su sistema de representaciones y en el lugar que ocupa ese sistema en las estructuras sociales y en la realidad.

Ahora bien, el imaginario deberá cuadrar dentro de una periodización concreta - a veces un tanto difusa por los cortes curriculares de la enseñanza formal - sea ésta a través de las largas duraciones o estructuras (término braudeliano que hace referencia a grandes períodos de tiempo en los cuales una sociedad está constituída por ciertos rasgos homogéneos que la caracterizan e identifican) o bien, a través de campos temáticos circunscritos en tiempos y lugares determinados.

El advenimiento de la modernidad, desde los siglos XV al XVIII, trajo consigo un progresivo desarrollo de la razón con la consabida ruptura - parcial - de los fenómenos atingentes a la esfera clerical, junto con el desarrollo de la burguesía, intrínsicamente un sector social urbano y pragmático a la hora de enfrascarse en asuntos vinculados con la imaginería popular. Más bien, el burgués buscó encauzar el orden del mundo y dejar de lado explicaciones surgidas desde la religión, las cuales cristalizaban sobremanera en el medio rural. Robert Mandrou lo explicita de la siguiente forma: La continuidad permanece en los ambientes antiguos, el campo, los eruditos clericales, teólogos y predicadores, mientras que la burguesía ilustrada de los magistrados y los médicos descubren la posible reducción a la estafa o a lo patológico.

Lo planteo de otra forma, claro está siguiendo el derrotero de Mandrou. Entendamos por estructura mental un continuo histórico en el cual existe un conjunto de encuadres conceptuales aceptados por un individuo o un grupo, y utilizados por ellos en el ejercicio diario de sus pensamientos y actividades. Las instituciones políticas o religiosas son parte esencial de estas estructuras, las cuales son respetadas minuciosamente o, por lo menos, hasta ese momento - Ss. XVI - XVII - representaban el orden histórico - social. Pero, tras la avalancha intelectual y económica que supuso el humanismo, ese orden comenzó a trizarse y se comenzaron a buscar responsables de aquellos tiempos de miseria y caos - representado en lo que Henry Kamen designa como el Siglo de Hierro para referirse al S. XVII - lo que derivó en una constante confrontación dialéctica entre modernidad y tradición. El miedo se apoderó de toda la cultura europea dando paso a lo que Mandrou llama una coyuntura mental, es decir, climas sucesivos en los que se manifiestan las crisis, en las cuales maduran los grandes problemas que expresan la evolución de larga duración de las mentalidades, manifestaciones que se hacen intrínsecas en una vanguardia o élite social. Efectivamente, estos climas de sensibilidad no afectan al mundo campesino, que sigue inmerso en su entorno crítico de sequías, guerras y pestes, si no que se enfoca en el grupo capaz de percibir la atmósfera propia de una época: la élite intelectual, moderna, ilustrada.

Estas coyunturas mentales o climas de sensibilidad encierran, lo que el mismo Mandrou denomina, epidemias mentales o brotes de imaginería popular. Se enfrascan en una pugna las viejas tradiciones con todo el acerbo racional y moderno del siglo de la revolución científica: la caza de protestantes da paso a la caza de brujas, la etapa de la sensibilidad lagrimeante y cruel en donde destacan el morbo de la autoflagelación de monjes, las guerras civiles que afectan a buena parte de Europa, etc. En este contexto surge la evasión.

En un mundo en donde las constricciones, sociales o naturales, pesan tanto sobre la enorme mayoría de los hombres, evadirse - huir del mundo, de las realidades diarias, molestas y agotadoras - temporal o definitivamente, se presenta como una actividad compensatoria. Mundos imaginarios, relatos exóticos, fiestas y manifestaciones teatrales, Satán como fuente de poder y dominación sobre otros o el suicidio serán las fuentes más recurrentes a donde dirijirán sus pasos estos hombres que viven en la encrucijada, en el contrapunto, en el punto de inflexión de lo medieval a lo moderno.

Recién, en la tarde, escuché a Luis Eugenio Silva hablar de Satán y de cómo hoy en día nadie cree en él y en sus acciones maléficas. Comúnmente escuchamos hablar del "mal de ojo" a los recién nacidos - sobre todo en sectores populares -. En el campo cuando canta el tué - tué alguien va a morir y generalmente deberían morir dos personas más porque siempre se van de a tres. O más de alguien ha ido o conoce a alguien que practica algún tipo de actividad de hechicería, magia o quiromancia. Si no se trata de miedos, entonces de qué estamos hablando. Hoy, cuando la modernidad triunfó y todas aquellas sensibilidades e imaginarios parecían estar durmiendo en los estragos del olvido hemos de escudriñar sólo un tanto para entender prácticas y discursos de hace un par de siglos atrás que nos llevarán a comprender lo que somos hoy día.

Próximamente la tercera parte...

viernes, 10 de agosto de 2007

Aparelhament de un cátaro

Corre el año del Señor de 1215 y he aquí, encarcelado en una abadía en Cassis, tratando de entender los motivos por los que tendré que purgar este cuerpo, cárcel del demonio, en la hoguera buscando un buen tránsito hacia mi Señor Dominus. Soy Claude Viscaux y este es mi aparelhament.

- De qué se me inculpa, señor inquisidor!

- Disculpe monsieur Viscaux, pero usted ha estado sostenidamente incurriendo en actos heréticos.

- Podría ser más explícito señor.
Mi intención no es otra que entender de que se nos culpa a mi y a nuestros hermanos, situación que se ha vuelto insostenible desde que ese enviado de Satanás que se hace llamar Inocencio, nos manda a quemar previos castigos que hasta para un animal serían deshonrosos.

- Señor Inquisidor, usted sabe que nuestros preceptos nos mandan realizar una confesión penitencial llamada aparelhament. Tome esta declaración como una confrontación con mi credo y que conste que no seguí el camino de la endura, ruta que han seguido muchos de los "buenos hombres".

- Y en qué consiste esa tal endura?

- Es una especie de suicidio místico provocado por el ayuno total, hecho que denota el abandono de este mundo al cual todos aspiramos por haber sido creado y gobernado por el mismísimo Satanás.

- Pero es ridículo, dice Guy de Maltrais - el inquisidor -, el mundo ha de ser comprendido como una creación divina. Tu mismo fuiste creado a imagen y semejanza del Señor. No te das cuenta que estás blasfemando frente a esa cruz que hace de testigo de esta reunión que podría absolverte con el sólo hecho de que reconozcas al Padre y a su Hijo que se inmoló por tus propios pecados.

- Cómo no te das cuenta - le espeta Viscaux - que este mundo es la encarnación del mal!! Tu mismo eres parte de la maldad encarnada por el gran embuste llamado Pontificado. Si nuestra religión, la verdadera por lo demás, cuenta con todo el apoyo del Languedoc y de la Provenza es porque ustedes se han esmerado en mirar la vida laica como sinónimo de perdición. Sólo se preocupan de las ciudades y de los grandes clérigos regulares y, mientras tanto, qué pasa con las grandes masas de campesinos que ven a vuestro Dios como un ente castigador, lejano y cupular.

- Basta! Endiablado y embustero - vocifera el inquisidor.

- Que venga fray Reginaldo y que traiga las cabras al calabozo, señaló Guy, apuntando a los carceleros que yacían en el umbral.

- Amarren a la madera al hereje y átenle los pies con esas cadenas.

- Fray Reginaldo, embadurne los pies de este cátaro con sal y acerque la cabra para que los lama.

No puedo describir el dolor que sentía cada vez que la lengua de la cabra raspaba mis pies. Es como si miles de clavos me penetraran hasta el hueso. Sólo atiné a enderarme un tanto para poder darme cuenta que un charco de sangre corría por las tablas que sostenían mis extremidades y de un solo grito desgarrador pude escabullirme por un segundo del sufrimiento que se me inflingía.

- Mira la cruz y jura obediencia al único Dios, tu Dios, y tu sufrimiento termina, le decía Reginaldo.

Seguramente el dolor profundo e implacable me provocó el desmayo. Bienaventurado mi camino hacia dios. Mi sueño me llevó a zonas lejanas de Europa Oriental, a los Cárpatos específicamente, zona en donde el bogomilismo originó el camino a la salvación.

Continuará...

jueves, 9 de agosto de 2007

El Miedo (1ª parte): Raíces y manifestaciones


El miedo (individual) es una emoción - choque, frecuentemente precedida de sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro agobiante y presente que, según creemos, amenaza nuestra conservación. Pero, en estado de alerta, el hipotálamo reacciona mediante una movilización global del organismo, que desencadena diversos tipos de comportamientos somáticos y provoca, en especial, modificaciones endocrinas. Como toda emoción, el miedo puede provocar efectos contrastados según los individuos y las circunstancias, incluso reacciones alternativas en una misma persona: la aceleración de los movimientos del corazón o su relantización; una respiración demasiado rápida o demasiado lenta; una contracción o una dilatación de los vasos sanguíneos; una hiper o hiposecreción de las glándulas; constipado o diarrea; un comportamiento de inmovilización o una exteriorización violenta. En los casos límite, la inhibición llegará hasta una pseudoparálisis ante el peligro (estados catalépticos) y la exteriorización desembocará en una tempestad de movimientos enloquecidos e inadaptados, características del pánico. Manifestación exterior y experiencia interior a la vez, la emoción de miedo libera, por tanto, una energía inhabitual y la difunde por todo el organismo. Esta descarga es en sí una reacción utilitaria de legítima defensa, pero que el individuo, sobre todo bajo el efecto de las repetidas agresiones de nuestra época, no siempre ocurre en el momento oportuno.
No obstante, el miedo es ambiguo. Inherente a nuestra naturaleza, es una muralla esencial, una garantía contra los peligros, un reflejo indispensable que permite al organismo escapar provisionalmente a la muerte. Pero si sobrepasa una dosis soportable, se vuelve patológico y crea bloqueos. Se puede morir de miedo, o al menos ser paralizado por él. "Es una sensación atroz, una descomposición del alma, un espasmo horrible del pensamiento y del corazón cuyo solo recuerdo proporciona al alma estremecimientos de angustia" ( Guy de Maupassant). A causas de sus efectos a veces desastroza, Descartes lo identificaba con la cobardía, contra la que no podríamos acorazarnos suficientemente de antemano:

"...El miedo o el espanto, que es contrario a la audacia, no es solamente una frialdad, sino también una turbación y un asombro del alma que le priva del poder de resistir a los males que ésta piensa muy cercanos... Por eso, no es una pasión particular; es solamente un exceso de cobardía, de asombro y de temor que siempre es vicioso... Y como la principal causa del miedo es la sorpresa, no hay nada mejor para librarse de él que utilizar la premeditación y prepararse para todos los acontecimientos, cuyo temor puede causarlo".

Este sentimiento individual podría tornarse, eventualmente, en colectivo: El miedo puede convertirse en causa de la involución de los individuos pues se corre el riesgo de la generación de disgregación. La personalidad se vuelve dual, "la impresión de serenidad que da la adhesión al mundo desaparece; el ser se vuelve separado, otro, extraño. El tiempo se detiene, el espacio mengua" (G. Delpierre). Si es colectivo, el miedo puede llevar también a comportamientos aberrantes y suicidas de los que ha desaparecido la apreciación correcta de la realidad: como por ejemplo esos pánicos generalizados ante los brotes de brujería en las colonias americanas durante los siglos XVII y XVIII. O, en la Europa bajo medieval y moderna, la acción de la Inquisición fue motivada y mantenida por el miedo a ese enemigo constantemente renaciente: la herejía y la acción de satanás que parecían asediar, incansablemente, a la Iglesia y a los "buenos hombres".

El miedo y la angustia son responsables de muchos de los internos de este asilo; por cuanto queremos entender estos comportamientos anómalos es que seguiremos escudriñando en este derrotero.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Réquiem por el "Café Riquet", patrimonio personal!!

No recuerdo si tenía diez o más años, cuando la abuela Tere me llevaba a degustar una exquisita pastelería a uno de los lugares más apoteósicos - que en mi corta vida había tenido ocasión de apreciar - e imponentes que había visto por esos días, acostumbrado a deambular entre las vacas, las plantaciones de remolacha, de frutillas, de sandías y de máquinas de trillar (mi fascinación por lo demás). Se trataba del café Riquet, lugar emplazado en plena plaza Aníbal Pinto - en Valparaíso -, cuyo edificio databa de 1860, la época de mayor esplendor del puerto y de las actividades financieras y comerciales de la "joya del Pacífico sur". O como dejar de hacer mención a mi última visita, oportunidad en la cual celebramos, rodeados de historia, el matrimonio de mi amigo villano.

Este lugar se inauguró el 19 agosto de 1931 por una familia alemana - los Spratz - con la finalidad de crear un lugar que fuese una réplica de los antiguos cafés europeos, cuyo fuerte eran los kuchenes, tortas, pasteles, café, chocolate caliente y te. El lugar escogido, un antiguo edificio ocupado por las empresas navieras y comerciales decimonónicas.

Rápidamente, el lugar se convirtió en el favorito de los principales políticos y artistas de la época: centro de debates y muestras plásticas en donde Pablo Neruda y el dibujante Lukas "arreglaron" su mundo, espacio en donde convergió la pujante burguesía porteña de la primera mitad del siglo XX con un pujante círculo de hombres dedicados a las actividades financieras y portuarias. Lugar que cobijó posturas ideológicas tan disímiles como la que encarnaba Salvador Allende, asiduo visitante del lugar, asi como la de Augusto Pinochet, representante del neo autoritarismo latinoamericano durante las décadas de los '70s y 80's.

Con el tiempo se transformó en un referente turístico, incluso con un espacio destinado a entregar información al turista ávido por descubrir los encantos del puerto; pero también, fue centro de difusión cultural para artistas jóvenes que querían mostrar sus perfomances dentro del gran abanico que comenzaba con tocatas de saxo y violín hasta declamaciones y presentaciones de libros: en pocas palabras se transformó en uno de los pocos espacios para artistas emergentes que querían hacer de sus conversaciones una recreación de tiempos añorados.

A pesar de toda esa grandeza, la "maldita modernidad" - o el macabro sistema - terminó con esta reliquia histórica: el edificio pertenece al obispado de Valparaíso (Parroquia San Antonio) desde 1951 cuando la fundación Brown lo donó, lo que sumado a las deudas que arrastraba la sociedad Guillermo Spratz y Cia. terminaron por cerrar dicho café el viernes 3 de agosto a las 14.00 horas, finalizando un episodio de inconmensurable valor para Valparaíso. ¿Con que finalidad? Traspasar el edificio a una inmobiliaria para construir un hotel familiar y generar dinero para la Iglesia.

Una vez más Valparaíso y su caudaloso patrimonio histórico, se ven resentidos por el curso de la modernidad. Por lo mismo elevamos esta plegaria a un pasado que paulatinamente es devorado por intereses ajenos al respeto por los valores o por simple negligencia de aquellos responsables por velar nuestro acerbo.

Riquet...descansa en paz!!!

jueves, 2 de agosto de 2007

Bergman y Antonioni en un cafetín celestial

El salón es inmenso. Las paredes están pintadas de color azul celeste, igual que el techo. No hay ventanas ni muebles; tan sólo, en un rincón, una pequeña mesilla de caoba, sobre la que descansa un samsung mobile que no para de sonar. Unos pasos precipitados retumban por toda la pieza. Son los pasos de un hombre viejo y canoso que, a pesar de su aparente decrepitud, demuestra cierta destreza física en sus rápidos andares. Se aproxima a la mesa y abre el teléfono:

- ¿Sí, dígame?

Una voz entrecortada suena al otro lado del hilo telefónico:

- Oiga, ¿me podría poner con Michelangelo?

- ¿Michelangelo?... Un momento. Espere. Creo que acaba de llegar... ¿De parte de quién, por favor?

- Ingmar; dígale que soy Ingmar...

- ¿Ingmar...?

- Sí, Ingmar; Ingmar Bergman. Recién llegué anoche. Estoy en la 324.

- “¿Recién llegué anoche?”... - pregunta sorprendido el anciano -. Por esa construcción gramatical, intuyo que debe ser usted sudamericano, ¿verdad?.

- No. Soy sueco. SU-E-CO. – recalca Ingmar un poco indignado -. Ingmar Bergman. Posiblemente me hayan subtitulado en Sudamérica y no me haya entendido bien.

El viejecillo sonríe y, separándose el teléfono de su rostro, indaga en él la posibilidad de encontrar algún subtítulo. Nada. Acto y seguido, retoma la conversación:

- Mire, señor Bergman; el señor Antonioni justo acaba de presentarse y, en estos momentos, le estamos tomando sus datos.

- ¿Con quién hablo? – pregunta Ingmar.

- Con Pedro, el de la recepción. ¿No se acuerda de mí? Ayer mismo, a su llegada, le atendí en persona.

- Bien, Don Pedro: necesitaría hablar urgentemente con mi colega Michelangelo. ¿Podría hacer una excepción y decirle que se ponga al teléfono por unos segundos?

Pedro se queda mudo, impasible. Apoya el teléfono en la mesita y corre raudo hacia una puerta que está en el otro extremo del salón. La abre y desaparece tras ella. Al instante, vuelve a aparecer en compañía de Antonioni, el cual se pone al aparato:

- ¿Si?

- ¿Michelangelo? ¿Eres tú? – inquiere la voz al otro lado del teléfono.

- Yo mismo. ¿Con quién hablo?

- Con Ingmar, el de los Gritos y Susurros.

- ¡Hombre, Ingmar! ¿Qué tal? – exclama Michelangelo desvelando cierta ilusión en su cara.

- Pal' pico... Pero al saber que también pasabas por aquí, he pensado que podríamos compartir mesa esta noche. Así charlamos de nuestras obsesiones y maldecimos un poquito a Steven Spielberg y a todos esos papanatas que le rodean, ¿qué te parece?

- ¡Perfecto! Gran velada: tú hablas de religión y de la muerte, y yo te comento mis desamores y los tiempos muertos. Deja que acabe de instalarme y luego nos vemos. Aprovechando la coyuntura, llama también a Billy Wilder para que venga... Sería la raja volver a verlo.

- Lo intenté antes, pero se ha hecho el de las chacras. Como excusa me ha asegurado que tiene una cita con Jack Lemmon y Walter Mathau.

- Eso de las chacras es como hacerse el desentendido, inquiere Antonioni.

- Hacerse el sueco, poh hueón!

- ¿El sueco...? – se extraña Antonioni -. ¿Pero el sueco no eras tú...?

Un silencio sepulcral denota el malestar de Bergman. Carraspea y luego vuelve a hablar:

- Por cierto... – se aclara la voz de nuevo-: Esta tarde, al saber que vendrías, he repasado Blow up en DVD y, siento decirte, que me gusta muchísmo más el remake que hizo de tu película De Palma.

Mientras, abajo, en la Tierra, miles de tipos cincuentones, barbudos, pseudointelectuales y cinéfilos al pedo visitan la consulta de sus respectivos psiquiatras o se juntan en tugurios como el Vienés a rememorar cintas del año de la callampa. Todos creen haber perdido el rumbo de sus vidas y aseguran, entre sollozos y al unísono, que en dos días se han quedado sin referentes.

Bergman y Antonioni, bienvenidos al Valle de Josafá!!!
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